Al enfrentarse con su rival, el boxeador no echa cuentas de lo cerca que está de perder un diente ni de lo complicado que es acertarle en la mandíbula, pues lo que le preocupa realmente es la insana rivalidad que se ha asentado desde hace meses en su apartamento, debido a la innegable falta de gusto a la hora de elegir unas cortinas para la ducha de su cuarta esposa, a la que no golpea por miedo al que dirán y a la que tampoco responde porque no es un hombre de acción fuera del cuadrilátero. Al enfrentarse a su esposa, el oponente en que desea convertirse el boxeador, se achanta y no dice nada, aunque sabe que cada vez que se meta en la ducha tendrá que ver esos angelitos celestes y rosas que, petrificados, lanzan desganadas flechas con sus arcos de diminutos Cupidos.