Te he mandado las cintas. Las metí en el sobre que me dijiste: acolchado, que no permita que se vea lo que hay en su interior. Las cintas no son de muy buena calidad, la verdad, y estamos horribles de cualquier forma. No sé por qué las quieres. Nunca te han importado. Desde luego no fue el verano más divertido. Es curioso como el tiempo impide que te sigan interesando las mismas cosas y que te interesen otras de las que nunca te preocupaste. Escribes en tu última carta: “Me ha contrariado mucho no encontrar las cintas donde las dejé”. Yo nunca me llevé las cintas, si te refieres a eso. Ni siquiera sabía que las tuviera. Me importaban tan poco como pensaba que te importaban a ti. Sin embargo, tú las quieres. Eso no ha cambiado. Cuando quieres algo, lo quieres ya. Dentro del sobre he metido un folio doblado con unas líneas escritas para ti. No es nada importante, pero quería que lo supieras. Literariamente hablando, mi estilo ha mejorado notablemente, así que espero no aburrirte. Yo sólo sé que apareces con el cabello oscuro y mojado sobre la frente y por nada del mundo te voy a decir lo que deberías hacer. He escrito esas líneas para que veas que no te guardo rencor y que puedes desaparecer en el rincón del plantea que prefieras.
En las cintas aparezco a veces dormido pero realmente no lo estoy. Fingía estar dormido. Como he fingido tantas cosas. Supongo que tú podrías decirme lo mismo, aunque me estarías mintiendo. Uno sabe cuándo le mienten. Yo sé que lo que sentías entonces por mí era de verdad, pero no cuajó: fin de la historia. Qué importa quién hizo qué y cómo lo hizo. Lo que debe importar ahora, que es lo que trato de explicarte en el folio, es que veas las cintas con perspectiva. Han pasado unos años y nuestros cuerpos no son lo que eran, al menos el mío, pues sé que te cuidas y que haces dieta.
Por cierto, he hecho una copia de las cintas. Espero que no te importe. Se las entregué a la señora del quiosco porque me dijo que su hijo había estudiado algo de video y el chaval vino a casa y me entregó las copias al día siguiente. No sé si se habrá quedado con alguna copia. No pondría la mano en el fuego. Tiene granos y ese mirar esquivo que me dice que la masturbación, por ahora —y no creo que en su horizonte inmediato se vislumbren otras opciones—, es lo único que le relaja —a todo el mundo le relaja—, aparte de alguna frikada que no quiero saber. No le culparía si lo hiciera. Estabas tremenda. No es que fueras un bellezón, por supuesto, pero eras, éramos jóvenes y todo estaba más o menos en su lugar, kilo más kilo menos.
Para terminar, me gustaría informarte de que he hecho un montaje final —sí, como un Director’s Cut— con lo mejor de las cintas. Hasta me lo han pedido en el trabajo. Estoy pensando mucho en ello. No sé si podré decir que no, ya me conoces, así que aquí me despido, querida, y de verdad que te he mandado todas las cintas.