El muchacho que bosteza en las salas de espera acaba de tropezarse, al salir de la consulta, con la chica del pelo sucio que huele a caramelo de fresa, y ahora que está bajando las escaleras percibe que el hombro le duele y decide volver a la consulta para que se lo miren, aunque lo que de verdad quiere es volver a ver a la chica del pelo sucio que huele a caramelo de fresa.
Sin embargo, el muchacho que bosteza en las salas de espera no podrá evitar un bostezo al entrar en la consulta. Este bostezo no le gustará a la chica del pelo sucio que huele a caramelo de fresa. Le parecerá una falta de consideración teniendo en cuenta lo mucho que le duele la mejilla tras su encontronazo, así que se levanta de su asiento —aún con la mano en la mejilla— y se dirige decidida a decirle cuatro verdades al muchacho que bosteza en las salas de espera y que, presa del nerviosismo que supone que la chica del pelo sucio que huele a caramelo de fresa se dirija a él, aunque no entienda lo que le dice —habla demasiado alto—, no consigue articular palabra.
El muchacho que bosteza en las salas de espera entresaca las palabras “mamarracho”, “muertos” y “piro”. La frase completa se la transcribo al lector porque yo también estaba allí. Es la que sigue: “Es que eres un puto mamarracho. Mira que bostezar así. ¿Es que no miras por dónde vas? Te has chocado conmigo y ni perdona ni nada, maleducado. A los que son como tú les importa una mierda todo, claro. ¡Me cago en tus muertos. ¿Por qué no te das el piro, mamón?”
Claro que el muchacho que bosteza en las salas de espera, que no ha oído esto último de que es un mamón que ya está sobrando —ni ha oído todo lo demás, conste—, bosteza por costumbre, y no sabe que le van a llover tortas de aquí a nada, pues la chica del pelo sucio que huele a caramelo de fresa es de barrio conflictivo y la cosa promete gracias a que tiene un hermano en el trullo que le enseñó —antes de que le pillaran en aquel marrón del que jura no saber nada— mazo cosas.