Tratando de solventar esto que nunca fuimos, se van acabando los colores de mi paleta. Y aunque puedo pintar con los lápices, el color de esos pómulos no sería el mismo. No, demasiado triste para tu perenne melancolía.
Hoy he decidido que no te dibujaré de ninguna forma.
Me quedaré sentada y contemplaré arder la tarde.
Es cierto. Aún conservo en la cartera la caja de acuarelas que me regalaste.
Había decidido no dibujarte hoy, no usar tus colores en tu propio paisaje.
Sí, tonos más cálidos en la penumbra de la barbilla, un rojo ceniza para la espalda desnuda, los brazos amarillos que cuelgan como jazmines en la cama y un hocico de perro que asoma.
Atravieso la estancia en busca de un poco más de luz.
La tarde no ha hecho más que imponer su silencio de oscuridad.
Sostengo con firmeza el pincel sobre tu piel de lienzo y no me gusta lo que veo: una mancha de carmín en el hombro que no estaba la última vez que me acerqué a ti.
Miro al perro. Nada.
Debes haberte contagiado tú también.
Una mujer idéntica a mí abre la puerta que hay detrás de nosotros y te besa mientras el perro se aleja.