
Resignado como era habitual a ser el más bajito de la reunión, había decidido dar el gran salto mortal de su, hasta ahora, insignificante existencia, lanzarse sin red de seguridad ni arneses a por la más alta, que era muy fea, cierto, pero muy, muy alta, alta incluso para un hombre alto, no un hombre muy alto, claro, pero alto de, digamos, metro ochenta y cinco ochenta y seis, y lo que le dijo la alta, cuando se disponían a pasarse el puré de puerros con caviar de erizos, lo lleva intrigando desde entonces, incluso hoy, doce años después, en su aniversario de bodas con la pequeña Enriqueta, una mujer tan bajita como él, excepto cuando se empeña en usar plantillas y tacones, la pequeña Enriqueta, una joya de mujer, que conoció en una reunión de la Asociación de Personas con Problemas de Crecimiento o Bajas (PPCB). De lo que le dijo la chica muy alta no sabemos nada a fecha de hoy. Obviamente, lo que le dijo la chica muy alta no mejoró las expectativas que él imaginó en su momento y ha debido conformarse, en cierto modo, con Enriqueta, la pequeña Enriqueta, esa joya (si vosotros supiérais), la elección más conveniente no solo por altura, aunque ya presagió él, a partir de ciertos detalles (los detalles lo son todo), muy al principio de su relación con Enriqueta, tormentos nada desdeñables, de los que sí que podemos imaginar una gran variedad de acciones concretas que lo encaminaron a la depresión que ostenta y que, desgraciadamente, a fecha de hoy, ya es crónica e insalvable. Eso es lo que dice la psiquiatra de Elías, una mujerona de largos y robustos muslos a la que le atraen muchísimo las personas bajitas, pero no quiere rebasar por nada del mundo la barrera que debe prevalecer entre médico y paciente, barrera, límite, línea divisoria con la que tanto la machacó el profesor de Ética de su facultad y que, por cierto, era un tipo desaseado de casi dos metros que siempre le pareció a ella que estaba ligeramente descontento con su altura.