Aula de quinto. Colegio privado del barrio madrileño de Usera en el que expulsaron a una chica a mitad de curso por quedarse embarazada a principios de los noventa.
Han pasado más de veinte años y en el aula de quinto A (antes solo había una) está haciendo una de sus gracias habituales Antonio, un niño travieso para sus padres y un auténtico incordio para sus profesores.
Antonio empuja con el índice el boli que está a punto de caer de su pupitre al suelo.
El boli cae.
Antonio levanta la mano y cuando el profesor se percata, tras poner un punto y final a una frase subordinada, pregunta si deja el boli en el suelo o lo coge.
-Cógelo, Antonio. Bien, sigamos. La subordinada va desde que cambiaron los fusibles hasta…
Antonio deja caer la mochila que cuelga del respaldo de su silla.
-¿Qué hago, profesor, la cojo o la dejo donde está?
-Cógela, Antonio, cógela. Y deja de interrumpir la clase.
Ya está a punto el acto final. Es lo que todos esperan. Las carcajadas a punto de estallar en las gargantas de veintisiete energúmenos.
Antonio se tira al suelo.
-¿Qué hago, profesor, me quedo en el suelo o me levanto?
-Sí, hijo, quédate en el suelo que ya te levanto yo a hostias.
Los veintisiete rugen. Una marabunta imparable a la que el profesor gustosamente abandonaría en el fin del mundo.