La perfección es ‘Illinois’ de Sufjan Stevens.
‘Herzog’ de Saul Bellow.
Una fotografía de Alain Laboile.
Es una taza de desayuno con una ilustración de Carmura Lenteja.
O un cálculo renal con aspecto de piedra preciosa.
Un edredón de Spiderman bajo el que duerme mi hijo.
Una mesa camilla bajo la que descansa la ruleta rusa del brasero de picón.
Las manos quietas después de habernos sobado mucho y mal.
La espina de una lubina.
El martes de Carnaval.
Esa minucia perdonable a la que no hago ascos, que tolero —¿y por qué no?— , que no enturbia el resultado final, sea cual sea.
La paleta de colores que vestiré hoy o mañana o tal vez nunca.
Eso que dejo ir porque todo lo demás es tan asombroso.
Un cuarto en permanente ruina.
Aplastar un mosquito con la punta del dedo.
No tener que preocuparme de la destrucción del planeta.
Limitarme a buscar el puntito rojo en la epidermis.
Luego trazar el itinerario.
Scott Fitzgerald estaría de acuerdo.
Las perfecciones, creo, no quedan tan lejos.