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Marcos Ripalda

De subir a la montaña me canso

Aurora

arroz

La penetró sin andarse con chiquitas y tampoco quiso desanimarla muy al comienzo diciéndole que su capacidad de aguante, o sea, su erección, teniendo en cuenta su entrañable excitación, apenas rebasaría el minuto cincuenta y siete segundos, pero a ella pareció bastarle ese no decir de él, esa omisión impropia de su carácter, conste, pues, si le pareció escaso, no dijo ni mu. De hecho no había dicho nada en aquel breve viaje que compartieron en el tren de cercanías, apretujados el uno contra el otro, ni se había pronunciado sobre el mal tiempo cuando él la invitó a un cigarrillo —había dejado de fumar aunque conservaba un paquete en el abrigo— en la sucia y abarrotada sala de fumadores, ni tampoco le dijo gracias cuando se ofreció a bajarle el equipaje ni cuando le susurró que aquella era su parada y que podían apearse juntos y que le perdonase el atrevimiento. Cierto es que ella nunca le recriminó nada cuando él prefirió el colchón viscolástico al tradicional de muelles, el de toda la vida, ni le puso reparos cuando hubo que esterilizar a la gata y darle, apenas unas horas después, el rest in peace al hámster sobre el que se había sentado aquella tarde en que ella no le dijo, como no le decía nada, que estaba embarazada ni que serían dos, aunque él lo suponía —lo de que serían dos no hubiera podido imaginarlo en absoluto— por la tripa que estaba echando sin necesidad. Cierto es que no la tuvo que contentar con antojos idiotas porque ella nunca dijo si prefería fresas con nata o yogur, aceitunas rellenas de anchoas o las tristes sevillanas, los mejillones al vapor o la ensalada de papas, muy rica, del bar de abajo, el brazo gitano de repostería industrial o las galletas integrales con espelta y cardamomo. Y tampoco le recriminó que su suegra prefiriese banquete con entrantes de gambones y jamón y queso manchego y luego chuletón o merluza a elegir, lo normal, a la cocina creativa de muchos platos y mucha hambre y que se quedase todo Dios deseando que llegara el tiramisú para amortiguar el exceso de vino cabezón y la cerveza al punto glacial tirada sin esperanzas. Ni pío dijo ella cuando la animaron a que pronunciara unas palabras, coño, que es tu boda, mujer, que una no se casa todos los días, pero nada, ella, por supuesto, no habló ni se quejó —y si se quejó, su cara no lo evidenció de forma humana— cuando le arrojaron el arroz a mala leche, en toda la jeta, que le entró en los ojos, en la boca, que es que hay que tener muy mala leche, coño, ni cuando uno de los hijos de ambos, ya crecidito, saltó por encima del cocido que se estaban apretando en la dehesa del suegro, para atrapar un chusco que el hermano mayor por 36 segundos, el lanzador olímpico —el muchacho prometía desde que era así de alto—, le arrojó con la intención más que probable de despertarla, que hay que tener muy mala leche, la verdad, con lo bien que se está y lo que se descansa en esas siestas bobas, y que ya estaba completamente en paz, aunque nadie se había percatado aún del olor a cloaca que desprendía la muerta porque, como acostumbraba, permaneció callada hasta el final. Es que era muy suya y por eso no dijo nada, por no molestar, repetía él, entre sollozos, a quien quisiera oírle en el tanatorio. A la madre se le oyó decir, incluso, que con lo que le gustaba charlar a su hijo, no sabía qué iba a ser de él ahora.

Temas

Responsable de Diseño en el Diario Hoy de Extremadura desde 2012. Escritor de relatos breves donde aplico la máxima de la Escuela Postirónica: "Hablar de unas cosas para decir otras" . Soy consciente de mi ignorancia.

Sobre el autor

MARCOS RIPALDA es licenciado en Periodismo, diseñador gráfico y cuentista postirónico, término que él mismo acuñó con el beneplácito de su madre. Actualmente es el responsable de Diseño del diario HOY. CARMURA LENTEJA es ilustradora.


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