Un compañero se cayó de la moto y vino a trabajar con el hombro roto o por lo menos dislocado. Le dije que sería bueno que se lo hiciese mirar. Que si estaba dislocado cuanto más tiempo pasara más le iba a doler ponerlo otra vez en su sitio. Que el hombro se quedaba como tieso y lo mismo se lo rompían de verdad para ponerlo en su lugar. Hasta donde yo sé, le dije, la cosa puede ser más o menos así. Cuando se desmayó le dije al enfermero que tuviese cuidado con la cabeza y el cuello, que no hay que moverlos, no vaya a ser que sea peor y la liemos. De camino al hospital, me topé con Erica, que estaba igual de buena que siempre, y le pregunté que hacía allí. Mi novio, me dijo, mi novio, que se ha caído de la moto. Me llamaron a la tienda y aquí estoy. Y tú qué haces por aquí, me pregunto. Mi madre, que se ha caído de la ducha. Es que está muy mayor y ya le he dicho miles de veces que no se meta sola, que espere a que la ayude alguna hija, que para eso tiene tres.