Estas son algunas frases que le dices a tu hijo con la intención de que le haga masa algún cable pelao de su privilegiado cerebro y te deje pasar la tarde en paz (al menos los dos minutos y medio en que te bebes el café y, por supuesto, te abrasas):
1. A ver si va a ser que no cuando quieres decir que sí y luego a última hora es que no.
2. A ver si vas a estar ahí sentado y cuando quieras levantarte te dejas el culo y tienes que ir a por él, a por el culo, se entiende.
3. A ver si vas a querer esto ahora y luego se te antoja otra cosa y cambias esa cosa por la otra y te lo piensas y quieres la primera otra vez y ya no está, tururú.
Y a todo esto, queda lo que tu hijo te responde, palabras que, por cierto, solo medio escuchas porque estás más preocupado por la llaga que acabas de provocarte al sorber el café:
1. A ver si va a ser que te digo directamente que no y me planto.
2. A ver si me voy a levantar y se me va a escapar por arte de birlibirloque un pie en dirección a tu culo.
3. Tururú, tú.
Ante ese “tururú, tú”, que te ha llegado al alma, no tienes más remedio que subir un nivel. Y es entonces cuando haces uso de la frase definitiva:
-Eso no tienes huevos de decírselo a mamá.
Pese a la salida de tono, te sientes satisfecho. Sin embargo, dejas de sentirte satisfecho a los pocos segundos y para calmar tu conciencia (tan amaestrada por tu psicoterapeuta) le dices al niño que se vista que os bajais a tomar un helado.