El comisario recurre a su fuente de siempre. La fuente es un tipo afable, de confianza, uno que delinquió en mala hora y al que le salió una chapuza de manual. Nada que ver con los ladrones del cine americano. Los de guante blanco son los que más le gustan. La tienes o no la tienes. La clase. La técnica. También le pierden los que roban bancos sin pegar un tiro. En lo suyo sí hubo. Hirieron al hijo del dueño y mataron a la perra del vecino que, pese a los informes del forense, estaba sorda, lo que no evitó que oliese a la gentuza y la historia viene de pe a pa redactada ahí. Como siempre, el comisario le unta la oreja, le pasa algún billetito para tus juerguitas, que sé que las tienes, viciosín, y la fuente se ríe y le asoman unos dientes oscuros y pequeños, todos suyos. Por lo visto hubo lío y se piraron por si la bofia hacía por ir. El comisario le agradece lo poco que puede decirle pero antes de irse le compromete con una pregunta que la fuente sabe que viene con regalo. Entonces es cuando empieza el juego.