Clara le puso la mano donde la costura pierde su nombre y Mario no tuvo tiempo de reubicarla. Aquello tan duro era lo que Clara sospechaba. No todos los hombres, según su madre, podían presumir. Clara, por supuesto, sabía que Mario podía presumir de aquello. Cuando se casaron, disfrutó mucho con aquello y era tanta su felicidad que no pudo reprimirse y le dijo que le quería. Mario se lo agradeció poniendo un poco más de empeño. Al principio, a Mario le gustaba que a ella le gustase lo que hacían, pero se le empezó a hacer insoportable que Clara le dijese que le quería. ¿Es que no podía cerrar la boca? ¿Es que importaba que le dijese que le quería precisamente en aquellos momentos?
Mario busca con insistencia quien no le quiera. Un amigo le ha aconsejado unos tapones.
Este relato se publicó originalmente en De subir a la montaña me canso, editado en septiembre de 2011 por Bubok Publishing S.L.