Está hasta la coronilla y le importa un rábano el día del año en el que está, de si sí o de si no, de provocarse migrañas confundiendo el sueño y la vigilia, el despertar con estar despierto, ser o no ser, todavía falta para Shakespeare, sí, pero él no pretende ser inmortal como el poeta, prefiere dejarse llevar, una vida tranquila, sin sobresaltos ni excesos amatorios, prefiere, ya digo, las cosas de andar por casa, el tute y la cañita con los amigos, que son escasos, ninguno, la verdad, el solitario frente a la pantalla, cruces de Mayo, los conciertos al aire libre, pertrecharse como el personaje de Rayuela, escudado tras carretes y palanganas, una defensa mediocre, ni idea de con qué atacar, pestañeo y a otra cosa, así que prefiere caminar por el parque y con los cinco sentidos esquivar corredores, ciclistas, catetos, cabezones, carritos, casualidad verte aquí, caminado, yo soy de mucho caminar, sano, uy, no te haces una idea, a ver si no voy a poder cruzar, complicado enderezarlo, prefiere completarse, inducirle sentido a su existencia en la soledad de su cuarto de estudio, leer cuentos, alguna novela, algún tebeo, alguna película, casi siempre con la música de fondo que no le distrae para hacer otras actividades, más de sofá que de futin, le dan punzadas al atarse los cordones, ni pensar en correr o andar deprisa, ¡que ande tu padre, figura!, prefiere, ya digo, masajear eso que llaman alma, nada que ver, hasta que se calza o se descalza y pisa el suelo frío, frío, frío, pero no se achanta, las comodidades del hogar, las manoplas, el saber encender una chimenea, dándole al on, que es eléctrica, a la última, para que no se asfixien los invisibles comensales.