Le gustaba que la metieran en el saco de los denominados “antisistema”, sí, a la niña, con sus Converse All Star, su polo raído a conciencia de Homeless, sus pulseras de UnoDeCincuenta, sus Ray-ban, sus Levi’s desteñidos, rotos, sucios, con la cinturita baja, que le subía el pompis, uy, con sus bracketts con incrustaciones de conejitos, qué monos, con todas sus pamplinas y sus reivindicaciones que al padre le hacían partirse la caja y a la madre muchos disgustos, qué dirán de la niña, o sea, con lo que nos ha costado el colegio de las Carmelitas, hay que buscar culpables, pero no es culpa, seguro, de las monjitas y los curitas, tan mojigatas ellas y tan tímidos ellos, en babia todo el santo día, hablando del más allá, rezando, qué delirio, qué éxtasis, olvidando el más acá pero nunca a nosotros, conste, que entraremos por el ojo de la aguja, qué coño, para eso hay clases, pero qué hemos hecho para que nos salga esta niña rebelde, caprichosa, este regalito de Dios, se pregunta la madre, entre sorbito y sorbito de té helado y entre mordisquitos desganados a las galletas bañadas en frambuesa y chocolate negro que compró la nurse en la tienda del gourmet, hasta que la niña, qué alivio, dice un día que eso de ser antisistema no mola, que a ella lo que le gusta es pasearse en el Golf descapotable de su vecino Pocholo e ir a fiestas con jardín, terraza y piscina, si es olímpica mejor que mejor, y la madre respira tranquila, a pesar de que le incomoda ligeramente, nada serio que un valium no pueda borrar, que desde el fondo del inmenso salón art decó se siga oyendo al padre partiéndose la caja mientras se sirve un güisqui y le aumenta la presión arterial seis décimas.