El honrado rey acomete con delicadeza extrema los asuntos del día. Le dicta con un hilillo de voz sus decisiones al secretario que se las canta al escribano que se las entrega al impresor para que el editor las publique. La mañana transcurre lánguidamente en este mes de mayo soleado. Desde la ventana de su castillo de cuentos de hadas, el honrado rey observa a sus nietos, que están jugando con la criada al veo veo qué ves y que le está pidiendo a la cocinera que le traiga unos emparedados a los niños para que no desfallezcan, emparedados que preparará la primera ayudante de cocina untando la mantequilla con destreza en unos panecillos recién horneados que pondrá en un plato sobre una bandeja que entregará al sirviente para que la transporte hasta donde la real chiquillería se esparce, desconocedora de los férreos controles de natalidad que la ciudadanía soporta.
Al más pequeño de los nietos del honrado rey, le caen churretones de sudor mezclados con la tierra del jardín porque ha estado cavando para desenterrar tesoros. El jardinero, que observa como el nieto del honrado rey ha levantado las raíces de sus preciadas azaleas, dalias y tulipanes, no es consciente de que lleva un buen rato mordiéndose las uñas, porque sabe que tendrá que pedirle un presupuesto actualizado —que incluya los destrozos perpetrados por el más pequeño de los infantes reales en los jardines— al contable de la respetuosa reina —que por razones que el jardinero desconoce es la que maneja los cuartos—, la cual ordenará a su secretaria que redacte un nuevo presupuesto, bajo la atenta mirada de la asesoría jurídica de la corona, tras consultar con el secretario del honrado rey el estado actual de las arcas reales. Si el presupuesto es rechazado, como el jardinero teme, sabe que tendrá que apañárselas con lo que hay y realizar una breve incursión en el reino vecino para apropiarse de algunas macetas con geranios. Por el contrario, si el presupuesto es aprobado, el jardinero podrá llevarse igualmente las macetas con geranios del reino vecino, con el añadido de que podrá pagarse, de vuelta a su reino, unas putis en el burdel de la frontera.