Excursion Into Philosophy
Edward Hopper, 1959
A Milan Kundera
EL CADÁVER
Llevo un cadáver sobre mi espalda, un cadáver que es como un alma.
Aparece hoy con el rostro mojado por el sudor, a pesar de que el invierno ha llegado para ambos.
Mi cadáver se muere, tan despacio que me sobrevivirá a mí mismo. Una azotea de granito nos sostiene; abajo, el vacío es un punto inmenso de luz.
Hay cientos de hombres con sus cadáveres a la espalda, jorobas visibles a las que nadie presta atención.
EL ESPEJO
Estamos reflejados en el espejo del cuarto de baño; los ojos de mi cadáver se asoman para observarme detenidamente. Ya lo había hecho antes. Y él lo sabía.
Yo era un cadáver guapo de verdad. Tan hermoso que las larvas aún sienten lástima cuando se obligan a comerme.
EL ENCUENTRO
Así empezó todo.
Caminábamos (entonces yo no sabía que mi cadáver me acompañaba) distraídos con la lentitud de los objetos. No podía decirse que fuésemos pensando en que caminábamos distraídos por la lentitud de los objetos (tal vez mi cadáver sí, pues se comporta como un personaje obsesionado).
Le oímos decir: Estaré allí a las nueve. Luego, una sonrisa familiar. Más aún: una sonrisa francamente difícil de catalogar.
―¿Debo creerte?
―Haz lo que quieras.
Estabas tan distinta que nos costó habituarnos a la nueva tú. Me refiero a que eras tú, sin duda, pero sin ti, reinventada.
―Soy más sofisticada.
Yo te dije ya lo creo y tú agitaste la sonrisa incatalogable y supe que mi cadáver se iba a resfriar muy pronto.
UN POCO DESPUÉS
―¿Eres tú?
Desde la cocina un suave taconeo.
Más tarde, en la cama, mi cadáver se unió al tuyo. Se sintió decepcionado. No lo culpo. O, al menos, trato de que no se me dibuje el desencanto en el rostro.
Tanto tiempo y yo aquí. No espero que estés cuando despierte.
DESPUÉS
―¿Tienes alguien que duerma contigo esta noche?
Nos dijiste que no había nadie en tu vida que te estuviese follando si es que esa era la pregunta y yo me quedé boquiabierto y mi cadáver ingresó sin remedio en urgencias.
Aquella mujer con el pelo corto como el de un marine hablaba de una forma vulgar, inaceptable. En eso coincidimos mi cadáver y yo.
Te conocimos en unos grandes almacenes. Preguntaste algo acerca de la sección de ropa femenina.
Hoy la pregunta sigue siendo la misma. Obviamente, nuestra respuesta no.
EL CUADRO
―Si te ríes no hay dios que pueda acabar esto.
El cuadro cuelga majestuoso sobre todas las cosas. La habitación es tan pequeña que mi cadáver toca con los pies la puerta al estirarse en la cama.
Nunca fue un cuadro del que mi cadáver se sintiera especialmente orgulloso; más bien le producía un cierto desagrado que a veces le afectaba incluso físicamente, aunque su aspecto de cadáver no reflejaba esos cambios.
EL CONFLICTO
La bañera era tu sitio preferido; podías llevarte horas dentro del agua. Mi cadáver te bautizaba delfín todas las tardes y te rogaba que salieses, tocando tu piel interminable con sus dedos convertidos en pinceles improvisados.
Al despertar de una de tus siestas acuáticas, le dijiste a mi cadáver (con una mirada plena y hermosa) que alguien te estaba esperando y que ya llegabas tarde.
―Y tú sabes quién es.
Juró que no sabía de quién le hablabas
LA LECCIÓN DE CINE
Estoy tan cansado que no puedo concentrarme en este cadáver retorcido sobre mi espalda como un enorme tatuaje. Pretende alargar mi mano para descolgar un teléfono que alguien, en otra ciudad, allí donde comienza el mar, no cogerá nunca.
Los dibujos de mi cadáver representan la microfísica de tu estrecho espacio interior. Aunque seas incapaz de reconocerte, aunque vivas desde siempre en La Casa de los Espejos. Que tú seas capaz de relacionar ese reflejo con tu propio cuerpo, no implica que seas capaz de entenderte, claro. Mi cadáver lo denominó fallo de raccord.
Y ocurrió como predijo. Tu saliste un día de la habitación por la derecha. Jamás volviste a entrar por la izquierda.
LA ENTREGA
Mi cadáver me susurra, incansable, calma calma, pues está terriblemente inquieto. Le diste tus palabras y con ellas a ti misma. Mi cadáver y yo entendemos que las palabras, si provienen de ti, no pueden despegarse del acto de enunciación de quien las pronuncia.
Una vez te dijimos: Métete como un intruso dentro de mi casa y róbame hasta las ventanas para que no pueda tirarme por ellas. Y te reíste con mucha facilidad. Y entendimos que las complicaciones realmente serias estaban al acecho.
Mi cadáver iba más allá, quería reescribirse en ti, acomodarse en tus vísceras.
EL PASO DE LOS DÍAS
Mi cadáver asiente se disculpa escupe el sabor insecticida de la resaca pide perdón cambia de asiento millones de veces juega con los niños estruja un melocotón amargo pasea confuso por las calles de Roma Berlín Casablanca Madrid atiende al teléfono la cuenta en descubierto desde no sabe cuándo se trastabilla al hablar se hace el tímido es listo se mueve a gran velocidad por la autopista sueña con ángeles con alas de acero y billetes de un dólar se acuesta cansado abre la boca se cubre la cabeza con una gorra desea un helado de vainilla se apunta a clases de tenis nunca aprende a jugar se cansa se masturba se cae de espaldas de boca de costado las rodillas en el suelo se hace sangre y duele.
“Las cosas que no se dicen es como si no fuesen”. Lo habías oído de labios de Maribel Verdú en una película. Más tarde te atribuiste ese axioma. Y buscaste, incansable, las huellas de mi cadáver sobre los objetos comunes para no dejar pruebas.
EL PREMIO
Te desperezas. Mi cadáver cuida de la gata en que te conviertes todas las mañanas.
La cara pálida y las ojeras apenas visibles que insinúan un leve descuido en los pómulos; la boca abierta por la reminiscencia del sueño y sus caricias. Apenas abres los ojos para mirar y ya mi cadáver te los intuye eróticos. Abres las piernas para que mi cadáver no tenga dudas.
EL PUNTO DE INFLEXIÓN
Mi cadáver lo supo en febrero. Los encontró abrazados en aquel cuarto.
El hombre que yacía a tu lado y que te abrazaba era mi cadáver cuando tus dos ojos celestes se abrieron.
Después de amarte, te amaré, pensé, recordando aquella canción.
REPETICIONES
Sucede que estamos desnudos y hacemos el amor. Mi cadáver me retiene en ti y me avisa. No dejamos de admirar lo que te voy haciendo, lo que tú me vas haciendo y que nos hacemos mutuamente.
EL INSTANTE
El Instante, no un instante cualquiera. Ése. Mi cadáver lo conoce bien. Uno, y sólo a través de él.
Uno tú y mi cadáver; tú y nosotros, ahora.
Buscamos un autor que te termine definitivamente en esta tarde en la que pretendemos disecarte
Sólo dilo, nomás,
pero te ruego que al decirlo
tu voz sea un murmullo quedo.
Dilo, y advierte
que en tus palabras,
nacidas de escarcha,
ya el frío no puede quebrarlas
y a mí nada pueden hacerme.
EL RECHAZO
Abrazarte un poco más. Lo imprescindible. Y no le pidas a este cadáver mío que olvide. Dentro sigue la vida.
―Vete, te lo ruego.
Sin embargo, le aconseja que se olvide del mundo unas horas poco después.
―Seguro que puedes.
Entonces, la noche azulada los derriba. Y mi cadáver te escribe:
Aún eres mía,
porque no te tuve.
Cuánto tardan, sin ti,
las olas en pasar.
Fue a la vera del mar,
a medianoche.
Supe que estaba Dios,
y que la arena y tú
y el mar y yo y la luna,
éramos dos. Y te adoré.
LAS EXCUSAS
Cada palabra es una franja, un barrote. Pero no hay ni habrá suficientes barrotes para hacer la reja.
Puedo ver dentro de vosotros. Cuando tú miras mi cadáver haces como que no te ve.
El cadáver sobre mis hombros se despereza y me ruega, mimoso, que golpee la puerta. Lo sabe: cuanto más se golpea una puerta más posibilidades hay de que abran. A pesar de que quien está al otro lado no sea el dueño de la casa.
EL CIRCO
―Me gustaría que vieras el circo de noche. Está repleto de luces. Se ven los carteles desde la avenida.
Querías ir con mi cadáver al circo porque, según le dijiste, hay personas que no pueden resistir el deseo de meterse en una jaula con fieras y ser despedazados. Según creen, el drama está ocurriendo dentro de la jaula. Piensan que la jaula es el mundo.
Mi cadáver, por supuesto, no entendió nada de lo que decías.
LA VUELTA A CASA
―Repite conmigo: el mejor fuego no es el que se enciende más rápidamente.
Mediodía en la Tierra. Allí es.