>

Blogs

Marcos Ripalda

De subir a la montaña me canso

Sentados sobre una lavadora que se transformó en tostadora

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Con permiso de Bill Sienkiewic

Una vez me dijiste despierta despierta y yo lo hice y me encaramé contigo al tejado y miramos las estrellas sentados sobre la lavadora. Aquella lavadora en el tejado que nadie había subido hasta allí.
Tienes que tener cuidado con la cabeza porque si no te agachas se te caerá. Entonces yo pensaba que la cabeza podía desprenderse del cuerpo si nos golpeábamos con el marco de una ventana o que si hacíamos el pino nos quedaríamos mongolos para siempre con la sangre en la cabeza toda ella comprimida en el cerebro.
Por supuesto, las clases de Naturales eran divertidas, aunque era más divertido sentarse sobre la lavadora y mirar las estrellas. Eso lo sabíamos tú y yo y por eso subíamos todas las noches al tejado. Una vez llovía tanto que escondimos nuestras cabezas en el tambor de la lavadora y esperamos a que escampase. Nuestros alientos azucarados se confundían en ese recinto minúsculo en el que no podíamos ni adivinarnos los ojos.
Ahora mismo estamos mirando las estrellas y me dices que acaba de pasar un avión y que no me preocupe porque pasan muchos. A todas horas con sus linternitas rojas y digo linternitas porque vuelan muy alto y parecen linternitas rojas no luces de verdad como las que colocó aquel celador en la entrada de la casa con una lavadora en el tejado a la que nos subíamos para ver las estrellas.
Una vez me dijiste que mirase más lejos que las estrellas eran el principio del cielo y que, detrás de esa tela cósmica, había muchas cosas más, pero cuando te pregunté qué cosas, no abriste la boca y supuse que estabas bromeando, y me callé por si acaso.
En el tejado donde miramos las estrellas hay una lavadora vieja donde has metido tu ropa para limpiarla, pero la lavadora no funciona porque no está enchufada. Y tú me dices que qué más da, que la gracia está en imaginar cómo gira y gira la ropa. Esa fue la primera vez que discutimos y también la primera vez que tus ojillos púrpura me rodearon con su encanto de víveres.
Tenías que contarme algo que te hablaba por dentro mientras dormías y yo puse mucho interés cuando me narraste despacito lo que te pasaba, que no era nada del otro mundo, pero que te hablaba y tenías que decírmelo, aunque ahora estemos sentados sobre esta lavadora mirando las estrellas y las estrellas no te hagan caso.
Sobre la lavadora improvisábamos una nave interestelar como el Enterprais que vimos en el cuarto de la televisión y nos quedábamos como bobos mirando las estrellas sobre aquella lavadora que tenía lo menos treinta años, un modelo que no centrifugaba y que la enfermera decía que dejaba la ropa hecha toda un higo.
Una noche me hablaste de tus recuerdos, recuerdos escasos porque aún eras muy joven, hablaste largamente de tu vida en Antioquía, de tus amantes, luego dejaste de recordar; solía ocurrirte a menudo: caías en un sueño sin sueño. Los recuerdos volvían al lugar del olvido de donde provenían, esa Tierra de la Soledad donde te ibas adentrando cada día un poco más. Y entonces me decías vamos a tomar algo fresquito y luego seguimos mirando las estrellas ¿te parece? Y es que cómo te iba a decir que no con lo guapísimo que estabas.
Observamos con atención las alamedas infectadas de mocosos, las tiendas dibujadas como recortes de cartón en el horizonte de llamas, el gotear de una maceta sobre la calle desierta, los troncos heridos con nombres inverosímiles, un hombre que pasea una maleta, una pareja que se besa en un automóvil, ella que sale casi sin despedirse…
No me gusta lo más mínimo que subas sin mí a ver las estrellas. Esas eran las primeras palabras que te hacían acercarte más y más a mí, alejándote de esa Tierra de la Soledad donde cada día pasabas más tiempo. Y yo te decía que si hubiera sabido que te pondrías así, no hubiera subido. Que conste que al que le gusta mirar las estrellas es a ti.
Soy quien te acompaña, sí, porque me gusta conversar contigo y recordarte recordándonos. Yo hago todo lo posible por traerte nuevos recuerdos. Ya no me importa que sean ciertos. Quiero que te contagies de un pasado cada amanecer, un pasado que te aleje de esa Tierra de la Soledad que pareces añorar.
Te recuerdo que no fue una noche como las otras. Hacía frío y no estabas por la labor de dejarme tu suéter de lana. Me preguntaste que por qué me enfadaba y de veras que me entraron ganas de estrangularte y empezaste a reírte y yo a decirte no te rías y la lavadora, la lavadora… Pero nada puede hacerse cuando tu risa de manantial salta.
Observamos con atención lo que ocurre al otro lado, las calles con balcones de cemento, el asfalto pringoso y los coches que se derriten en una penumbra de sol perpetua, observamos la salida de los colegios, la señora con su carrito que se pierde en una callejuela, los últimos rayos de luz sobre los edificios idénticos, los hombres que caminan dormidos como estatuas eléctricas, el mendigo raquítico de barba rala que se mide el pulso y otro día…
La lavadora sobre la que estamos sentados tiene un color blanco sucio que nos atrae a ambos porque nos recuerda las paredes del recinto. Me adviertes que si la sigo mirando va a desaparecer, pero no lo hace, te digo, y tú haces un conjuro, más bien haces que estás haciendo un conjuro, y luego te duermes contento y nada sucede porque los conjuros tienen que hacerlo las brujas. Te hablo de aquellas lucecitas rojas de los aviones y me corriges y me dices que son linternitas y eso es una buena señal y te alejas de la Tierra de la Soledad.
Me reprochas que te haya engañado todo este tiempo. Y te digo que mañana no te acordarás de nada. No sonríes porque sabes que estoy en lo cierto. Aunque esto que sabes ahora tampoco lo recordarás mañana.
Observamos con atención la espesa niebla que se cierne sobre los tejados, la luz difusa de una moto que se aproxima al cruce, la iglesia con sus puertas cerradas, el perro abandonado en mitad de una calle larga y estrecha donde los niños que fuimos han dejado de jugar a la pelota, el tirón del bolso una mujer pidiendo auxilio un hombre que la levanta del suelo la gratitud las sirenas…
Como supuse, no quieres levantarte. Y es que la noche es tan preciosa que no debes privarte de ella y dices vale vale ya me visto y me alegro y corro a la cocina en busca de unos dulces para que cuando estemos sentados sobre la lavadora no te aburras y me sueltes aquello de que dónde están las estrellas y ¿es qué no te basta contemplar este cielo de petróleo junto a mí?
Observamos con atención el camión de la basura que recoge puntualmente los desechos del barrio, la farola que proyecta su haz de luz un instante sobre una mujer que pasea un perro un muchacho que entrena cuestas que se para en los escaparates un anciano que alarga la mano un gesto imperceptible una mano que sin rozarla deja unas monedas una sonrisa unos pocos dientes podridos una chica vestida con una faldita vaquera que llama un taxi un taxista que mira por el retrovisor y descubre un rostro triste interrumpido por lagrimas…
La noche que nos caímos con la lavadora al patio trasero del recinto no parabas de reírte. Te llamé por cada uno de tus nombres, pero estabas dormido. El dolor, me decía, te ha obligado a dormirte. Y pensé que tu cuerpo era sabio.
Supe, al despertarme, que la lavadora no la subiría nadie más al tejado. Y también supe que tendría que dejar de mirar las estrellas y los aviones y ese mundo de ahí fuera que jamás nos había esperado porque ni siquiera sabía que existíamos, que existo.
Sentado ahora sobre una tostadora paso mis días en esta Tierra de la Soledad que tan bien me supiste describir antes de olvidarla por completo. A veces creo que vas a volver y me duermo enseguida, pero cuando despierto nunca estás ahí. Tal vez lo mejor sería no despertar.

Temas

Responsable de Diseño en el Diario Hoy de Extremadura desde 2012. Escritor de relatos breves donde aplico la máxima de la Escuela Postirónica: "Hablar de unas cosas para decir otras" . Soy consciente de mi ignorancia.

Sobre el autor

MARCOS RIPALDA es licenciado en Periodismo, diseñador gráfico y cuentista postirónico, término que él mismo acuñó con el beneplácito de su madre. Actualmente es el responsable de Diseño del diario HOY. CARMURA LENTEJA es ilustradora.


noviembre 2014
MTWTFSS
     12
3456789
10111213141516
17181920212223
24252627282930