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Marcos Ripalda

De subir a la montaña me canso

Cochambrosía

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Le vino a la cabeza el palabro porque estaba leyendo un artículo dedicado a reconocer en 8 puntos clave qué hombre es un empotrador y qué hombre no lo es. De cochambre y ambrosía. Algo así como una rareza sexual que en público dices que repeles pero que probarías con gusto, o sin gusto, pues tras la experiencia viene la disertación. Como con lo de que quien lo prueba no vuelve, que dice el dicho. Por eso lo de la cochambrosía. Y también poque estaba leyendo la novela ‘Las ganas’, que todo hay que explicarlo, de Santiago Lorenzo, uno que hizo cine regular y que se ha pasado a la literatura de la generación Joaquín Reyes, celebrities mediante, y sus gracietas le llevaron a ella a inventar al estilo de ese “mocordo” que aparece en el libro y que descacharra lo justo. Hasta ahí, lo normal. Sin embargo, habiendo puesto en circulación la palabreja, tenía que rodearla de una auténtica filosofía para que cobrara vida. Vivir la cochambrosía. Vivir en la. Compartir la. Y así. Lo que venía a decir, así, a bote pronto, que la práctica de la cochambrosía no era patrimonio de todos. Que había que trabajársela. A la cochambrosía. La cosa no era: ea, a pensar guarrerías que apetezcan. No. Ni tampoco: todos a follar, calzones limpios, por favor, que lo cortés no quita lo valiente. La cosa era más del tipo qué no harías si pudieras hacer eso que hasta hace unos segundos desconocías y que Google te ha mostrado linkeándote a la wikipedia. Lo estaba meditando ella. Muy en serio. Con su aspecto de hipster pizpireta que escucha Radio3 y sucumbe a los encantos de ‘Hora de aventuras’. Meditaba, sí. Sobre la cochambrosía que todo lo envolvía. O no meditaba en absoluto. Porque estaba a dos cosas a la vez, a tres si contamos el carajal que se estaba liando con la salsa guacamole que se escurría de arriba a abajo siguiendo la ley de la gravedad de Newton, una cochambre en toda regla, sí, que lo ponía todo perdido, los apuntes, la funda del móvil, pero también una ambrosía, qué duda cabe, aunque fuese con nachos de pobre. Recordaba la sensación de felicidad que había experimentado unas horas antes, cuando escupió aquella tontada que ahora se le atragantaba. La cochambrosía estaba ya tomando su propio camino. La cochambrosía era Hommer Simpson desbancando a su hijo como personaje principal de la serie. La cochambrería también tenía su forma de decir las cosas. La forma. Eso era lo importante. ¿Qué forma tenía para ella la cochambrosía? ¿Era Fassbender con la toalla de aseo enganchá al cimborrio en plan todo muy casual? ¿O era Ryan Gosling empotrándola mientras babeaba el cabecero de espuma y tela rancia? Qué importaba. Lo mismo podía ser algo apetecible que una cochinada prohibida en Kentucky, Alabama o Navalvillar de Pela. Fuese lo que fuese, la cochambrosía había que delimitarla, ponerle correíta para que no mordiese la pierna de quien no era, hacerla entrar en la RAE como Dios manda. Se puso un ron con cola y se ovilló en el sofá incomodísimo de su apartamento. Estudiaría otro día. Mientras meditaba, la cochambrosía se iba haciendo un huequito a su lado, así como sin ganas pero llegando. No se amilanó. Se puso una de Paul Newman que tenía grabada en el Imagenio ese. Estaba preparada para todas las cochambrerías del mundo, incluso a esa cochambrería que la estaba desplazando del sofá y que pronto, si no ponía remedio, se hincaría el ron con cola, con pajita o sin ella.

Responsable de Diseño en el Diario Hoy de Extremadura desde 2012. Escritor de relatos breves donde aplico la máxima de la Escuela Postirónica: "Hablar de unas cosas para decir otras" . Soy consciente de mi ignorancia.

Sobre el autor

MARCOS RIPALDA es licenciado en Periodismo, diseñador gráfico y cuentista postirónico, término que él mismo acuñó con el beneplácito de su madre. Actualmente es el responsable de Diseño del diario HOY. CARMURA LENTEJA es ilustradora.


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