¿Podrá alguien pensar que ‘candidato’ tiene que ver con candidez? Quien lo haga, acierta, porque así era en origen. Pero, con frecuencia, la evolución semántica suele ser resultado del abuso del lenguaje por parte de quienes lo quieren utilizar principalmente en servicio propio.
Y ésta es la razón por la que hoy, en nuestro idioma, cándido es sinónimo de inocente, pueril, bobo o ingenuo, aunque también admite bondadoso. Sin embargo, esta palabra forma parte de la peculiar historia de la valoración de los colores. Varios términos latinos, tales como ‘cándeo’ (tener blancura brillante), ‘cáneo’ (blanquear) o ‘cándidus’ (blanco, benévolo, claro) son los causantes de la palabra ‘candidato’. Guardan, como es lógico, relación con la luz, ya que el indoeuropeo ‘kand-’, su raíz originaria, significa brillar. Idéntico origen tienen candelabro, encandilar o candil.
En el mundo romano clásico portaban toga de lana blanca (‘cándida’) aquellos que se postulaban para las elecciones, convirtiéndose, por ello, en ‘candidatos’.
También era el color de los dioses, y por extensión el de la vestimenta de personalidades cercanas a las divinidades, tales como las vestales o el papa del Vaticano. Era el color puro, perfecto (nada negativo) como expresión de la luz, la paz, el bien, la honradez.
El candidato, como aspirante a ser representante del pueblo, debe ir revestido del símbolo de la claridad, de la honradez, de la veracidad, de la ‘blancura’.
En la tradición ‘caneocéntrica’ de los colores, el menos propenso a ser incriminado es necesariamente el blanco. En cambio, el moreno natural, o el sometido a la crudeza de la intemperie, eran más sospechosos de fechorías ‘corrientes’, ya que su aspecto iba asociado a la pobreza, y en consecuencia, a la necesidad (recuérdese el porqué dela expresión ‘sangre azul’).
En la no tan lejana historia del colonialismo euroamericano los blancos devinieron bellos y buenos, frente al rudo y agreste aspecto de ‘otros’. Quizás la Historia Sagrada ofrece ya un antecedente cuando relata cómo a Luzbel se le mudó la color cuando fue reducido a la condición de Diablo, al ser arrojado al excesivamente ‘cálido’ ambiente de aquel lugar ‘inferior’ donde fue condenado a‘vivir’. Sin embargo no todo es envidiable en el color blanco puesto que puede degenerar en albino, quedarse ‘in albis’, descolorido, enfermizo, pálido…
Hoy los aspirantes a entrar en la política (remunerada y reconocida) no suelen vestirse de blanco, y seguramente no será por despreciar la claridad, la honradez o la veracidad, sino quizás por rechazo hacia la posibilidad de que el cambio semántico los conduzca al grupo de los candorosos, pueriles, bobos, ingenuos, o, por contraposición, quizás tramposos.
Por Juan Verde Asorey