“En todas las actividades es saludable, de vez en cuando, poner un signo de interrogación sobre aquellas cosas que por mucho tiempo se han dado como seguras”. Bertrand Russell (1872 – 1970)
El escepticismo, que hace de la duda y el análisis elementos indispensables para el avance del conocimiento por la senda de la racionalidad y la objetividad siempre revisables, es la receta epistemológicamente más higiénica para soslayar los dogmatismos de todo tipo que con frecuencia se acercan a nosotros con sus cantos de sirena y embarran nuestro raciocinio con el fango de sus mezcolanzas más incoherentes o sus ráfagas apocalípticas.
La preguntas y los interrogantes son, por ello, principios saludables para iniciar cualquier senda del saber y para continuar en ella con ciertas garantías de que el resultado será aceptable, hasta que nuevas dudas comiencen su tarea de carcoma imprescindible que ponga de manifiesto la fragilidad de los muebles con que decoramos el trayecto de la experiencia y del entendimiento.
Sin los constantes apremios y presiones de las incertidumbres, perplejidades y recelos de la razón, el camino del saber no sería sino la repetición constante de una salmodia que no aportaría nada al conocimiento de la realidad ni de nosotros mismos, aunque podría, eso sí, consolarnos y tranquilizarnos en nuestro día a día más conformista y cotidiano, pero no en nuestra búsqueda de respuestas.
Por Joaquín Paredes Solís