La contraposición verdad-mentira es incompleta, ya que verdad se contrapone también a falsedad, error o equivocación, no sólo a mentira. La mentira, y sólo ella, supone siempre intención de engañar.
Lo que importa para la seguridad de nuestro conocimiento es alcanzar el mejor concepto posible de verdad. Pero saber qué es la verdad es casi tan complicado como lograr la idea de justicia. John Rawls (A Theory of Justice) dedicó casi mil páginas a su Teoría sobre la Justicia. Y parece que no fue suficiente, aunque la razón principal de su escaso éxito es que casi nadie lo lee, y quien lo hace, aunque lo entienda, está condenado a no ser escuchado ni leído (como pasó con otros a lo largo de los tiempos). Recuerdo de estudiante que reprochaba a Pilatos no haber esperado la respuesta de Cristo a su pregunta ‘qué es la verdad’. Después me di cuenta de que la culpa no fue de Pilatos sino del evangelista.
En la tradición filosófica se definió la verdad como la ‘adecuación entre el entendimiento y la cosa’ (adaequatio intellectus et rei). Se entiende por ‘cosa’ todo lo que hay, ya sean hechos, realidades físicas o realidades psíquicas. Cuando lo que se piensa o se dice ‘coincide’ con los hechos y las realidades, entonces la relación es verdadera.
Pero es fácil deducir que verdad es un concepto relativo. Se refiere al estado mental psicológico, individual y social que resulta de la correspondencia o no del pensamiento con los hechos o las cosas. Es una relación entre alguien que piensa y algo pensado, cuando lo expresado en el pensamiento se puede explicitar con enunciados calificables de ‘verdaderos’ o ‘falsos’. Si no hay tal relación, no se puede hablar de verdad. Si falta la acción de pensar, o falta algo sobre qué pensar, no se puede hablar, al menos en presente, de verdad ni de falsedad. Se podría decir solamente: esto fue verdad, o puede que lo sea, pero no que es.
Hay tres clases principales de verdad: la formal, la física y la convenida. La verdad formal, como las de las matemáticas o de cualquier juego, es exacta, porque solamente hace referencia al cumplimiento o no de las reglas: 5×5=25, por definición (se hace un número tantas veces mayor como unidades tiene el otro); el alfil se mueve siempre en diagonal y por su color, porque así lo dice la norma del ajedrez. Pero las verdades físicas son sólo aproximativas, según la información y tecnología de que se dispone. Las verdades sociales, por su parte, dependen de los valores que entran en juego, de cómo se entienden y de la capacidad de convenio entre las personas. Todas pueden cambiar si se cambian las reglas de juego, si se perfeccionan las teorías y técnicas de investigación y si se modifican los valores e intereses humanos.
A la mayoría de los ciudadanos la verdad que más le interesa es la verdad moral y la verdad ética. La primera para tranquilidad de su conciencia (?) y para poder fiarse de de las personas con las que se relaciona, y la segunda para saber, con alta probabilidad, qué es lo mejor que le conviene hacer. Porque las morales se basan en valores, principios y normas individuales o particulares (costumbres, ideologías, religiones), mientras que la Ética se fundamenta en valores, principios y normas universales (al margen creencias, culturas, tradiciones, etc. peculiares). En parte pueden coincidir, pero nunca se puede defender en nombre de la Ética que está ‘bien’ linchar a una mujer por ir sin velo, por defender la igualdad general o por no someterse al capricho del varón. Ciertas morales, si embargo, lo justifican. Porque la vida, la igualdad y la libertad son valores éticos (para todos los seres humanos), mientras que el recato, la obediencia o la rezo son valores morales (para ciertos grupos y culturas), que sólo serán aceptables si no contravienen los valores éticos.
A pesar de su importancia social y de su uso tan frecuente, la etimología de la palabra ‘verdad’ es muy difusa, debido quizás a su complejidad conceptual. Siguiendo la teoría de que casi todas las palabras provienen originariamente de imágenes, sobre todo visuales y sonoras, quizás el término latino ‘véritas’ (verdad) indique ‘decir lo que se ve’. Y ‘decir’ deriva del indoeuropeo ‘deik-’ (mostrar). Siguiendo la histórica tendencia androcéntrica, hay quien relaciona la palabra ‘verdad’ con ‘vir’ (varón), lo mismo que ‘valor’ (valentía). En normando existe la expresión ‘veir dict’ (dicho verdadero), y parece que ‘veir’ proviene de ‘vir’. Así como ‘idea’ significa ‘lo visto’ en griego, puede que ‘verdad’ signifique ‘lo que se ve’ en latín (‘videre’), admitiendo, entonces, que ‘verdadero’ es lo que todo el mundo ‘ve’ (entiende, demuestra, etc.), pero es más fiable cuando lo ‘ve’ el varón… (Las palabras guardan ‘historias’).
En cambio, el vocablo ‘mentira’ está registrado como derivación del indoeuropeo ‘men-’ (pensar, mente). Porque la verdad se entiende como algo espontáneo, que no exige ‘pensar’, basta decir ‘lo que se ve’, mientras que la mentira exige tergiversar el pensamiento. Por eso es tan difícil que todo un ‘grupo’ pueda decir ‘bien’ la misma mentira, aun partiendo de un mismo ‘guión’ (consigna). El verbo latino ‘méntior’ (mentir) y el sustantivo ‘mendacium’ (mentira) son los padres de nuestros términos. Como la mentira no exige prueba (criterio), la misma raíz (‘men-’) ha derivado también hacia ‘mántis’ (vidente, adivino) y ‘musa’ (creación artística). Por eso la mentira es mucho más ‘divertida’ y ‘libertina’, ya que, de salida, va sin control.
Después de todo lo dicho, ya debemos preguntarnos: ¿Hay que decir siempre la verdad? Decir la verdad puede ser tan malo como decir la mentira, ya que la bondad de ambas opciones depende de lo que se ‘sabe’ y de las consecuencias que se sigan de lo que se dice. La tradición ‘formulista’ supone que quien dice la verdad siempre actúa bien. Pero si, por ejemplo, se dice ‘la verdad’ a un criminal, y, por ello, éste comete un asesinato… Un profesor ocasional de Inglés me contaba que se equivocó en la explicación sobre cómo se dice en Inglés la hora. Se dio cuenta después. Pero en vez de decirles que se había equivocado, confesándoles, de paso, sus escasos conocimientos de dicho idioma, minaría mucho su autoridad ante los estudiantes, con las nefastas consecuencias para la subsiguiente tarea educativa. Entonces decidió contarles que se lo había dicho mal adrede, para comprobar si ellos sabían investigarlo, dado que algún alumno había expresado en clase cierta sorpresa. Deberían aprender a desconfiar incluso de la autoridad, cuando tienen indicios para ello. Sin embargo, no se puede vivir sin la verdad. Nadie quiere vivir en la mentira, aunque mienta. Lo que sí se puede desear es que otros vivan en el engaño (error), si eso le favorece, lo que se puede conseguir mintiendo. Pero nadie desea vivir en la mentira, si con ello se entiende que también puede ser engañado. Por tanto, todo el mundo desea la verdad. Quien juega a divertirse con la mentira, termina por quedarse sin ovejas. (Ver en este mismo blog el comentario de Joaquín Paredes a “¡que viene el lobo!”).
Conclusión: La verdad es una relación entre el pensamiento de alguien y lo que ese alguien piensa. Si el resultado (expresado por ejemplo en palabras) es avalado por la experiencia general o por una regla convenida, entonces decimos que es verdadero. Es decir, que lo que uno piensa se aproxima a lo que se entiende por verdad cuando lo piensan otros muchos o todos, bien porque todos lo ven, bien porque se ajusta a una norma. Por ejemplo, aceptada la regla de la suma, todos están de acuerdo en que 2+2=4. Eso es verdad porque cumple exactamente las exigencias de dicha regla. Si todo un grupo de personas sabe qué significa ‘día’ y ‘nublado’, y a las doce horas dicen que es de día, o que está nublado, eso es verdad. Si otro grupo de personas dice saber qué es la amistad y el odio, y todos afirman que la amistad es deseable y que el odio es repugnante, entonces es verdad que la amistad es un valor y el odio un contravalor.
Por Juan Verde Asorey