Cualquier afirmación que incluye un pensamiento y su contrario es paradójica. En la historia del pensamiento es famosa la paradoja del mentiroso. Decía Epiménides el cretense: “Todos los cretenses son mentirosos”. Pero él también era cretense. Por tanto, sólo podía verdad, si mentía. Bertrand Russell creía resolver el problema de las paradojas lógicas (de pensamiento), considerando el asunto desde distintos niveles de lenguaje. Algo así como que Epiménides dijera: “Voy a hablar como no cretense. Por consiguiente, lo que voy a decir de los cretenses no me afecta a mí”. Él se coloca, circunstancialmente, en ese momento y en ese aspecto, en un conjunto distinto del de los cretenses. Seguía siendo cretense por afiliación, pero no en cuanto a lo que decía de ellos. Hay, por tanto, tres niveles: el conjunto de todos los cretenses, el subconjunto de los cretenses-mentirosos, y, por fin, el conjunto de un cretense no-mentiroso. Y es desde este último desde donde habla Epiménides.
La palabra ‘paradoja’ proviene de los términos griegos ‘pará’ (al lado de, contra) y ‘dóxa’ (opinión, parecer), la cual deriva del verbo ‘dokéo’ (parecer, opinar, suponer, pensar, creer). Significa, por consiguiente, que una opinión se coloca al lado de otra para quitarle veracidad a la primera, para llevarle la contraria. Sucede como en ‘paranormal’, que indica algo anormal, que está fuera de la normalidad, por exceso o por defecto, pero sólo se entiende desde la normalidad. Decir en política, por ejemplo, que, de ahora en adelante (antes no), se van a evitar o aclarar cualesquiera actuaciones ‘opacas’, mediante la promesa de promulgar una ley de ‘transparencia’, es como afirmar: Vamos a hablar de claridades para que algo quede oculto para siempre. ¡Hablemos claro para que nada se sepa! Esta ración de claridad busca que eso nunca salga a la luz. Pero ¿cómo puede la claridad servir de tapadera, para perpetuar la tiniebla? Son los prodigios de las paradojas, que convierten a un mentiroso en veraz.
Toda paradoja implica un cierto absurdo, que algo sea y, al mismo tiempo, no sea. Es la coexistencia de contrarios (o contradictorios) en el mismo ‘sitio’ y con el mismo ‘sentido’. Es paradójico, por ejemplo, que un ‘ser humano sea inhumano’, que ‘un plan tenga éxito por casualidad’ (plan sin plan), o que un ‘perro no pueda ser cínico’ (cínico = canino). De salida, es absurdo que ‘la economía crezca ahorrando’, que ‘descienda el paro sin trabajo’, que haya ‘libertinaje y al mismo tiempo ‘control’ en el movimiento de capitales’, que nos llamemos humanos y que haya armas en vez de agua potable…
Por desgracia, se aceptan las paradojas de supervivencia con la misma facilidad que las lógicas, como si fuera ‘natural’, como si todo fuera cosa del Destino. Como nacemos para ser felices, nos tenemos que destruir. Y es que sobran ‘costumbres inmorales’ (moral = costumbre). Pero no estoy seguro de que esto sea siempre ‘malo’, tanto en las argumentaciones como en las relaciones humanas, porque, más allá del cabreo, casi nadie lucha contra ellas. Esto es un dato sobre el éxito de la educación ética. Por eso nuestros actuales políticos siguen creyendo que no hace falta, se suple con la policía (o la ‘justicia’) o con una prédica pulpitesca.
Por Juan Verde Asorey