Nada garantiza la pervivencia de la especie humana. Quizás nos creímos alguna vez eternos, y los distintos mitos y religiones se han ocupado y preocupado de mantener viva la llama de esta esperanza y de este deseo, inventando cuentos y fantasías que nada tienen que ver con la realidad que nos contempla y nos explica, y que suele tener más que ver con azares y casualidades biológicas y químicas que con propósitos y designios divinos o de cualquier otra índole.
Pero lo triste de esta especie que se denomina a sí misma humana y que algún día se extinguirá, como todas, es que utiliza cualquier argumento o resquicio de la fantasía para apostar en contra de los de su misma especie, para discriminar, excluir y descalificar a todos aquellos que no son como uno quiere que se sean, como impone la tradición a la que se pertenece y las normas que la han ido vistiendo con los ropajes de sus prejuicios, sus ignorancias o sus miedos. Además, a aquellos que no comparten la moral rancia de los que sólo respetan y valoran su propias creencias, se les excluye; a aquellos que no acatan comportamientos e ideologías de siempre, se les demoniza, sin entender que vivimos en un mundo cada vez más plural en lo concerniente a sentimientos, ideas, proyectos y formas de vida y de emparejamiento, y que todo ello tiene su límite en el respeto a los demás.
La unidimensionalidad de algunas ideologías y formas de pensar y de sentir recuerdan con bastante frecuencia al famoso lecho de Procusto, personaje mitológico que cortaba las partes del cuerpo que sobrepasaban los márgenes del lecho fatal, cuando acostaba en él a los individuos que apresaba.
¿A qué vinieron las palabras del Ministro del Interior, Señor Fernández Díaz, criticando a los matrimonios homosexuales porque, según él, ponen en peligro la pervivencia de la especie?
Si ello fuera así, cientos de años llevan muchos creyentes haciendo voto de castidad y apología del celibato, y convendremos en que éstos tampoco han hecho mucho para la propagación de la especie, al menos de manera oficial; sin embargo, no parece que nadie les critique por tomar una opción de vida a la que tienen todo el derecho a optar. ¿Por qué, sin embargo, se critica una opción y no la otra? ¿Es que unos tienen más derechos que otros a diseñar su propia existencia?
Las sociedades cambian y cada vez más con más celeridad, y la liberación de las personas de los clichés ancestrales es un hecho y un derecho que se ha conquistado con no poco esfuerzo, insertando en la convivencia a los que no siguen los dictados o las inclinaciones de la mayoría o el dictamen de los relatos tradicionales, pero que no por ello deben ser excluidos, apartados o discriminados de la colectividad ni de los derechos que ésta vaya generando en su devenir.
Por Joaquín Paredes Solís