Según la historia ‘sagrada’ del Paraíso, es claro que la mujer es la causante del saber, pero es el hombre el culpable de haber alcanzado la sabiduría, porque era el encargado de que ese hecho no llegara a producirse nunca. Al haber fracasado, se quedó sin fruta gratis por mucho tiempo, o sea, que descubrió que el saber era malo.
Parece, por tanto, que desobedecer es el principio del saber, y desobedecer a Dios es el inicio de la sabiduría ‘divina’, la cual, además del castigo primero, implica ir siendo capaz de descubrir, no sin esfuerzo, que la vida depende totalmente de cada ‘viviente’, aunque contando, en muchos casos, con la ayuda de los próximos para nacer, para vivir mejor y para morir. El momento de nacer es totalmente aleatorio para el naciente, pero el de morir, en el caso de los humanos, acepta cierta planificación.
Las cosas han cambiado mucho. Lo que en el Paraíso era malo ha pasado después a ser el bien principal.
La palabra sabiduría proviene del verbo latino ‘sapio’ (saborear, tener sabor o gusto, asimilar). ‘Saber’ significa ser capaz de reconocer por el pensamiento, ser inteligente, sensato, comprender, asimilar y calcular (predecir el futuro). Decía Cicerón: “La sabiduría del espíritu no pone objeciones a la del paladar” (‘nec enim sequitur ut cui cor sapiat, ei non sapiat palatus’). De ahí la estrecha relación entre los saberes y los sabores.
Así como la alimentación transforma nuestra fisiología, de igual modo la información modifica las ‘razones’ de nuestra conducta. La ‘buena’ alimentación favorece la salud, y la ‘buena’ formación mental favorece la salud del espíritu, es decir, la sabiduría. El ‘saber’ implica compromiso y afecto (‘saboreo’), no puede dejar indiferente. La única manera de saber que se sabe es comprobando que cada nuevo aprendizaje modifica la forma de vivir de quien lo haya adquirido. Por eso el que ‘sabe’ se comporta de un modo distinto de aquel que simplemente ‘conoce’, porque la ‘noticia’ simple puede no influir en la manera de actuar.
La sabiduría es el conocimiento hecho vida. De ahí que ser sabio significa ser capaz de utilizar los recursos naturales, culturales y humanos de tal modo que favorezcan su mejor forma posible de vivir, pero no sólo es ‘inteligente’ para utilizar lo que hay, sino que también se las arregla para modificar y crear lo que no encuentra. No bebe de la primera fuente que ve, ni come lo primero que halla, no se fía de la primera persona con la que se cruza, ni se conforma con recurrir al primer dios que ha heredado o que se le ha ocurrido concebir. Sabio es el que ha logrado entender y asimilar los valores humanos, porque se ha dado cuenta de que compartir es mejor ‘negocio’ que poseer, ya que es preferible tener cien amigos con casa, que cien casas y muchos amigos o conocidos sin ella.
Por Juan Verde Asorey