“Primero mostraron la cabecera en la pantalla del estudio. Había quedado bien (…)
empezaba con la melodía del título, en una simple secuencia de tonos bajos; se me veía
en películas antiguas, pasando revista al desfile de las SA en Núremberg. Luego
algunas tomas antiguas de Riefenstahl, de Triunfo de la voluntad. Y al mismo tiempo
una voz muy agradable cantaba como si fuera un aire de moda: “Ha vuelto, ha vuelto”
A estas alturas, la novela de Timur Vermes no resultará desconocida para muchos. Publicada
en 32 países, con la película en marcha y un “casual” precio de ventas en Alemania de 19,33€; la trama
puede resumirse en unas líneas: Hitler se levanta un día de verano de 2011 en medio de un descampado
en Berlín. A partir de ahí solo hay un objetivo a cumplir: recuperar Alemania. El programa de humor a
que contratará a Adolf Hitler verá precisamente en él una de las mejores representaciones
¿humorísticas? del dictador hechas hasta la fecha.
– El problema es –dijo- que ya solo os gusta el humor de Mario Barth (…) Solo os dais cuenta
de que el contenido es bueno cuando el tipo que está en el escenario sonría más que el público (…)
Nadie puede decir una agudeza sin medio caerse de risa para que todos noten dónde está la agudeza
(…) y si no, ponemos carcajadas de fondo (…) Pero, ¿qué vendrá después? Creo que hemos llegado a
un punto en el que el público acepta tales cosas porque es lo que hay. Y el primero que ponga el nuevo y
decisivo nuevo acento es el que, a largo plazo, dejará atrás a la competencia. ¿No es así, señor.. Hitler?
– Decisiva es la propaganda – dije- Tiene usted que enviar un mensaje distinto al de los demás
partidos.
Empuñando los mismos argumentos que en su día, Hitler llegará a erigirse dueño de su propio
programa de comedia, y de ahí, quien sabe… El entusiasmo vuelve a ser parecido. La actitud del
espectador alemán bien puede recordar a la inicial de los jóvenes de la película La ola. A la manera de
Beppe Grillo (tercera fuerza en las elecciones italianas de 2013) o El momento de Waldo (en el tercer
capítulo de la segunda temporada de la famosa serie Black Mirror (en la imagen) por mencionar algún ejemplo actual;
el “humor” es empuñado, si bien no para ennoblecer y sublimar los corazones del “pueblo” alemán; si
para ridiculizar y anular al contrario. Vemos aquí el fundamental error de Vermes, que ya cometieron
en su día la gran tríada de la novela distópica (Orwell, Huxley y Bradbury), al intentar con sus obras una
crítica, y lograr precisamente lo contrario. Como en éstas, los argumentos que en este caso Hitler nos
da, son totalmente razonables, atractivos y muy potentes:
“En mil novecientos treinta y tres, el pueblo no tuvo que rendirse ante una operación ed propaganda. Fue elegido un Führer, de una manera que ha de considerarse democrática incluso en el sentido actual. Fue elegido un Führer que había dado a conocer sus planes con claridad meridiana. Los alemanes le eligieron. Sí, incluso judíos. Y quizá incluso los padres de su señora abuela. El partido ya tenía entonces 4 millones de afiliados. Y eso solo porque a partir de mil novecientos treinta y tres ya no se permitió que ingresara nadie más. En mil novecientos treinta y cuatro habrían podido ser 8 millones. No creo que cualquiera de los partidos actuales tenga una aceptación ligeramente aproximada.
– ¿Y qué quiere decirme con eso?
-O había un pueblo entero de canallas… O lo que ocurrió no fue una canallada sino una voluntad del pueblo.
La señora Krömeier me miró costernada, con los ojos muy abiertos.
– !Eso…, es no puede decirlo de esa manera! (…) Ese pueblo no puede olvidar nunca… – dije la chica con gesto
exhortatorio-
-¡Exacto! No debe olvidar nunca qué fuerzas hay dormidas en él. Qué posibilidades tiene. El Pueblo Alemán puede cambiar el mundo.
-Sí- objetó -, pero ¡solo para bien! No puede ocurrir otra vez que el Pueblo Alemán haga algo malo. Fue entonces cuando me di cuenta claramente del aprecio que tenía a la señorita Krömeier. – ¡Ése, exactamente es nuestro objetivo!”
Quedamos rendidos ante la razonabilidad del discurso del que defiende Un mundo feliz, o ante la
rotundidad del policía “pirómano” en Fahrenheit451 cuando habla sobre la quema de libros. El
tratamiento es interesante, la distancia necesaria y la risa: la tumba. “Vermes no tiene ninguna duda al
respecto. “La gente se está riendo de Hitler desde 1940 y en la actualidad, muchos
programas hacen parodias sobre el dictador”, dijo el periodista, quien está
convencido de que Hitler podría volver a tener éxito en la Alemania del siglo XXI.
“Si tantos le ayudaron a cometer sus crímenes fue porque les gustaba. No se elige a
un loco. Se elige a alguien que atrae o al que se encuentra admirable”, declaró el
autor a la prensa alemana.”Se dice a menudo que si volviese un nuevo Hitler sería
fácil pararle los pies. He intentado mostrar, por el contrario, que incluso hoy Hitler
tendría una posibilidad de triunfar, solo que de otra manera”, añadió”.
El problema vuelve a ser el mismo de antes. El (buen)salvaje se
suicidaba, a Winston le caían dos lágrimas de Ginebra por la mejilla y a
Hitler le otorgan el premio Grimme. Se nos muestra un pasillo que acaba
ante un muro infranqueable. Tras las risas y mofas al físico de Merkel
¿qué queda? Ante ello no hay salida. O volvemos los pasos hacia atrás, donde nos espera la propuesta de
un nuevo Reich, o simplemente esperamos hasta que venga y nos aplaste contra dicha pared. Esta
angustia, queda reflejada en la última frase del libro, la cual no revelaré, y que nos deja un escalofrío en
el cuerpo ante lo espeluznante de la propuesta.
Considero que “Ha vuelto” es una obra que debe leerse desde la distancia, como ejemplo de lo fácil
que resulta captarnos, pero no al modo en que Vermes avisa, ya que él mismo forma parte inconsciente
del ardíz publicitario fascista al hacernos reír, emocionarnos, sufrir, razonar… con Hitler. Sus intentos
bienintencionados, lo que promulgan es todo lo contrario. Promueven una identificación que nos deja sin
salidas.
“A una niña pequeña, con su periódico, la empujaron hacia delante, yo firmé despacio; que
fotografiaran la escena: los niños confían en el Führer, como antes. Y no solo niños. Se acercó una
anciana decrépita, con uno de esos carritos modernos para caminar y un brillo en los ojos. Me puso
delante su periódico y me dijo con voz temblorosa: “¿Se acuerda? En 1935, en Núremberg, yo estaba
en la ventan de enfrente cuando usted presidía el desfile. Siempre tuve la sensación de que me miraba.
¡Qué orgullosos estábamos de usted! Y ahora…, no ha cambiado usted nada.”
– Y usted tampoco –le mentí bromeando, y le estreché emocionado la mano. No es que me acordara de
aquella señora, pero ese sincero afecto tenía un encanto particular.
Por Jaime Romero Leo