“Es obvio que nadie puede obtener todo lo que quiere: la mera existencia de otras personas lo impide”, John Rawls
La afirmación de Rawls parece ir en el sentido en que se entendía también aquella otra, tan manida, que afirmaba que “mi libertad acaba donde empieza la de los demás”, en la que se subraya, sobre todo, el aspecto negativo de la misma, al considerar que los otros son la causa principal de mis privaciones y de mis carencias, el impedimento para conseguir o ampliar mis libertades y mis derechos, el muro que impide la satisfacción de mis deseos o el logro de mis posibilidades, cuando en realidad son los otros los que multiplican las posibilidades individuales de cada cual, sobre todo porque lo colectivo, como demuestra le experiencia y nuestra historia, aumenta las posibilidades individuales para alcanzar los objetivos y los retos que tenemos planteados y aunque muchos de los logros de la humanidad han sido gracias al esfuerzo, la búsqueda y al tesón de individuos aislados, otras conquistas y éxitos que han facilitados el progreso y el bienestar social han sido posible gracias al empeño y a la energía colectiva que se ha puesto en la tarea.
Pero es sorprendente como ciertos dichos, algunas falacias, funcionan y se extienden por los paisajes comunes de nuestras convenciones sin que les prestemos la debida atención, bien porque los aceptamos sin análisis y sin crítica, o bien porque han sido admitidos por la tradición y se mantienen a la deriva, como prejuicios que no dejan de arribar a las costas de nuestros pensamientos una y otra vez.
Sin embargo, parece evidente que tanto la libertad como la satisfacción de deseos o las posibilidades de lograr lo que quiero, se incrementan con la presencia de los demás; son ellos los que estimulan mi creatividad y mis expectativas, los que amplifican las probabilidades de logro y mejora en las condiciones materiales y culturales que demando, necesito o apetezco.
El individuo aislado se convierte en una bestia que lucha solo por la supervivencia y poco más, ajeno y alejado de valores e ideales que forman parte de la cultura que nos contiene y que cristalizan y pueden realizarse sobre todo cuando convivimos y construimos juntos el mundo que habitamos.
Soy más libre y obtengo más beneficios sumando esfuerzos con el resto de la comunidad que me habita, que intentando vivir de espaldas a ella, restando oportunidades, de este modo, a mi mismo y a los demás.
Es indudable que el egoísmo ha sido una rémora para conseguir lo que la mayoría de los individuos quieren o necesitan, y que la colaboración y el altruismo han sido más beneficiosos para el progreso de la humanidad, han dado mejores frutos para todos y han contribuido al progreso y a la libertad social e individual en mayor medida que la codicia, la egolatría o el aislamiento.
Por Joaquín Paredes Solís