Todos somos libres, pero unos más que otros. Algunos sólo son libres cuando no los ve su ‘dueño’, o cuando por suerte, incluso dentro de las órdenes recibidas, cabe más de una opción.
Por desgracia se sigue hablando de la violencia de ‘género’ (eufemismo de ‘machista’).
Hay quien no puede aceptar el insoportable peso de la libertad del otro. Raras veces las personas que intervienen en las relaciones humanas están de acuerdo en que tales relaciones se desarrollen en términos de igualdad, simetría o equivalencia. Es decir, que se basan en situaciones injustas (‘inicuas’), de salida. Por eso se han creado escalafones, rangos, autoridades. Se terminaban las guerras mediante convenios tributarios de vasallaje. Un sargento le propinaba un bofetón a un soldado, pero éste no se podía defender. Un maestro le daba una paliza a un alumno, y el padre lo amenazaba con otra. El orden lo establece el más fuerte.
Mientras uno esté dispuesto a someterse al otro, tales relaciones se pueden mantener en un clima relativamente pacífico y aparentemente cordial. Cuando eso no se da, se va creando un ambiente de nerviosismo, de inestabilidad e incluso de violencia. En esta situación, lo normal es que se intente anular al ‘rebelde’.
Tal es el caso resultante del cambio de papel de la mujer en la relación de pareja, y en otros papeles sociales. Hasta hace poco tiempo, ella aguantaba todo. Se reconocía torpe e inculta. Aceptaba que su marido le pegara ‘lo normal’. Sabía que tenía que ser recatada, virtuosa, obediente y siempre dispuesta a las apetencias del compañero (‘semper parata ad coitum’ que decía Juvenal), por obligación (era el ‘débito’ conyugal del Derecho Canónico). Todos estaban de acuerdo. Y Dios el primero.
Pero hete aquí que un día dice que no le apetece. Otro día se atreve a manifestar que no le da la gana, y finalmente osa amenazar diciendo: “¡Como sigas así, me voy!”. El macho se siente totalmente desorientado y ofendido. ¡Ha blasfemado! Hasta ahí podíamos llegar. Coge la escopeta y, en vez de pegarse un tiro, la asesina a ella mientras duerme. Este macho ofuscado dispara también sobre sí mismo. No pudo soportar el peso de la libertad de ella.
Estamos ante el escándalo de la libertad. La violencia doméstica es la parte más cruel de este escándalo innombrable. Ni siquiera se puede llamar ‘animalada’, porque se trata de una de las muchas cosas en las que los animales ni se nos aproximan (guerra, odio, asesinato puro). Para el ‘domador’ jamás será aceptable el mordisco del león, reciba el trato que reciba. El dueño de una animal de carga no soporta verlo libre.
Por Juan Verde Asorey