Poner a los creadores en la tesitura de tener que elegir entre conservar su pensión o seguir creando parece una de las decisiones más tristes, más injustas y más sorprendentes de las muchas que se han tomado en los últimos años por aquellos que tienen el poder de legislar, y que más bien parece una decisión tomada por quienes parecen alejados y ajenos a lo que es característico de lo mejor y más humano, y que se define, sobre todo, por esa capacidad creativa que se materializa en la cultura, en esa segunda piel, en ese alma colectiva que nos identifica.
Puede que sea más o menos justo equiparar la creatividad a cualquier otra profesión, pero este impuesto a la misma que se han sacado de la manga los actuales políticos en el gobierno, describe el talante de estos legisladores, y parece hacer en parte cierto aquel desafortunado “que inventen ellos” con el que se quiso quizás describir y conservar un país ajeno a la ciencia y al conocimiento, que los últimos éxodos de investigadores y personas con buena formación académica parecen confirmar, quedándonos así con un páramo nacional de credos y picarescas más propios de un medievalismo cavernícola y casposo que de un siglo XXI en el que la construcción de nosotros mismos está adquiriendo todos los caracteres, positivos y negativos, que nos hacen ser lo que somos; es decir, un producto de nuestro yo creativo, alejado de teologías, doctrinas, hábitos y mitologías empobrecedoras y ancladas en un oscurantismo cavernoso que lastra todo conocimiento, todo progreso y todo gozo humano.
En cualquier caso, el miedo ha sido siempre un mal compañero de viaje para la civilización y la mejora de las condiciones vitales y culturales de los pueblos. Aquellos dichos que se alojan en nuestro cerebro colectivo como implantes que lastran todo atrevimiento o toda vanguardia, siguen, por desgracia, vigentes y activos para impedir las novedades, la crítica, los cambios o las transgresiones. “Más vale lo malo conocido que lo bueno por conocer” es un claro ejemplo de que preferimos en muchas ocasiones permanecer en la miseria y el inmovilismo de nuestras tradiciones y nuestras convicciones que arriesgarnos en un salto al vacío y al riesgo de la creatividad y de sus contingencias y zozobras.
Pero el arte, como la palabra, como el conocimiento, abren con frecuencia y con ganas el horizonte de sus interrogantes y de sus curiosidades; también lo hacen la investigación y la búsqueda que todo saber y toda ciencia conllevan, y que es fruto del desasosiego, de la efervescencia y de la insatisfacción que la naturaleza abierta de los seres humanos lleva como elemento identitario de su forma de ser, como huella que la singulariza y la proyecta más allá del aquí y ahora corporal y biológico, social y político, impregnando de un inconformismo casi permanente su consciente devenir.
Por Joaquín Paredes Solís