Tecnología y Ética
Supongamos una piedra, un cuchillo, un teléfono móvil y una bomba atómica.
Un señor del paleolítico ve que se acerca un oso hacia su mujer. Él coge la primera piedra que encuentra, se la tira al animal, pero le da con ella a su mujer. Ella queda gravemente herida y el animal huye. Erró la dirección. ¿Quién es el culpable del fallo, el ‘tecnólogo’ que inventó la piedra o el ceporro que la utilizó?
En su casa de campo, Eustaquio tiene muchas herramientas que sabe utilizar perfectamente para el cuidado de la finca, del huerto y del jardín. Hasta tiene una escopeta de caza que, en la época reglamentaria, le sirve para cazar perdices y conejos que se crían en la zona. El sábado pasado, pelando unas patatas para cocinarlas como guarnición para el guiso del conejo que había cazado, se le desvió la dirección del cuchillo a causa de un ojo de la patata, y se hizo un profundo corte en el pulgar de su mano izquierda. Tuvieron que darle tres puntos de juntura en el centro de salud. Y lo malo es que se quedó sin poder degustar su conejo. ¿Quién tiene la culpa de este accidente, el inventor del cuchillo o este cocinero ocasional?
Marcial salió de Cáceres hacia Madrid. Superado Navalmoral de la Mata, se detiene a desayunar. Al terminar, se sienta en el coche e intenta sacar el móvil de su bolso de viaje. Por más que busca, no lo encuentra. Recuerda entonces dónde lo había colocado antes de salir de casa. Quería llamar a su amigo Pepe para indicarle la hora en que esperaba llegar. Pero, además, había programado seguir hasta Barcelona, donde le esperaba Asunta, una compañera con la que estaba escribiendo un trabajo de investigación sobre las Transaminasas. Había calculado que estaría tres días en Madrid y unos seis en Barcelona. Sin móvil ya no podría llamar a nadie. Menos mal que sabía de memoria el número del teléfono de su casa de Cáceres. Se quedó pensando: ¿Sigo o vuelvo a buscarlo? Entró de nuevo en el bar. Pidió un botellín de agua. Se lo bebió lentamente, mientras hacía cábalas. Volvió al coche y regresó a su casa a por el móvil. Perdió trescientos kilómetros, lo equivalente a realizar dos veces el mismo viaje. ¿Es culpable el inventor del móvil de que esta persona ya no se arregle, razonablemente, sin él?
El 6 y 9 de agosto de 1945 fueron lanzadas sendas bombas atómicas sobre las ciudades japonesas de Hiroshima y Nagasaki, con ocasión de la Segunda Guerra mundial. Quedaron carbonizadas doscientas cincuenta mil personas y erradicada la vida de todo lo viviente de la zona. ¿Se puede saber quiénes son los culpables de este pavoroso acontecimiento? A esta pregunta sí hay que responder, y sin hacer ahora referencia a la masacre de Pearl Harbor (07-12-1941). En primer lugar, son culpables los fabricantes de la bomba. Ya que, de salida, su finalidad no podía ser otra. Cosa que no le sucedía a la piedra, al cuchillo o al teléfono móvil. En segundo lugar, los gobernantes que dieron la orden de lanzarla. Y, en tercer lugar, los militares que ejecutaron ese mandato. Pero también, en cuarto lugar, el pueblo que apoyaba esa decisión. Y, en quinto lugar, todos los habitantes del mundo que lo han visto, o lo siguen viendo con ‘buenos’ ojos.
¿Qué valores entran en juego en cada caso? Esta es la cuestión eticológica.
Por Juan Verde Asorey