“La vida nos ha sido dada, pero no nos ha sido dada hecha”
JOSÉ ORTEGA Y GASSET (1.883 – 1.955)
En la distinción entre individuo y persona se suele aludir a que la individualidad, el mero existir, se nos da, desde un punto de vista biológico, como un regalo gratuito del azar, de igual modo que se le proporciona a cualquier otro ser; pero la personalidad tenemos que construirla en el día a día, en un proceso de formación de nuestra identidad que es, en gran parte, elegido, buscado y perseguido, y que es más o menos elaborado en función de las pretensiones de cada cual, de sus ambiciones o de sus propósitos e ideales. El individuo nace pero la persona se hace, para decirlo con prontitud; pero ese hacerse no es algo que tenga un carácter única y exclusivamente individual, sino que nos hacemos también en relación con el entorno, con los demás y con nosotros mismos,en un proceso de aprendizaje que constituye uno de los rasgos más característicos de nuestra humanidad.
El individuo humano va perfilando su máscara mientras vive, como un actor prepara su personaje para hacerlo creíble y consistente; por eso la vida, referida al hombre, es algo que en su desarrollo se va transformando, aderezando, reformando, girando y modificando de forma constante y progresiva, hasta que la muerte acaba con ese proyecto vital.
Nuestra existencia está abierta de continuo a la novedad y al aprendizaje, no es fija ni mecánica, ni está estancada, clausurada y cerrada como la del resto de los seres vivos conocidos hasta el momento, que vienen diseñados, acabados y encarrilados de forma instintiva y automática, en un gran porcentaje, por sus códigos genéticos.
Esta capacidad humana de evolucionar y cultivarse nos la proporciona en gran medida el tener un lenguaje simbólico y abstracto que nos capacita para aprender y transmitir lo aprendido de un modo prácticamente infinito, al menos mientras la vida se mantenga en nosotros con razonables dosis de salud y autonomía, valores objetivos que nos permiten seguir conservando y cultivando esa capacidad creativa, innovadora y transmisora que nos caracteriza.
Tal es la plasticidad de nuestra naturaleza, tales son las posibilidades y las variaciones que nos permiten elaborar y crear nuestras capacidades, que hemos fabricado nuestra propia realidad colectiva, a la que denominamos cultura, memoria o espíritu común que nos impregna en todo momento con aquello que se ha descubierto y que hemos aprendido hasta este aquí y ahora que nos define, y que materializa y da forma a ese esfuerzo por explicar y dar sentido a lo que es y a lo que somos, y por hacer consistentes y tangibles también nuestros deseos y nuestras utopías, satisfacer nuestra curiosidad, nuestra búsqueda y nuestro afán de saber y de realizar y dar corporeidad a nuestros sueños e inquietudes.
Joaquín Paredes Solís