María Zambrano forma parte de esa exigua lista de mujer y filósofa que, por suerte, constituye cada vez un fenómeno menos raro en el mundo en que vivimos, aunque todavía es largo el camino que queda por recorrer y muchas son las mujeres que tienen vedado el camino del conocimiento y difícil la libertad de expresión, la igualdad de opotunidades y el reconocimiento de sus derechos.
Aunque en las sociedades que hoy habitamos, al menos en ciertos territorios y culturas, se puede considerar, dentro de ciertos ámbitos, como algo normal que la mujer puede acceder a la educación y a la formación y se la considere en igualdad con sus semejantes, en un recorrido histórico desde nuestra actualidad hacia atrás, la mirada se encuentra con escasos ejemplos de mujeres que puedan ejercer el derecho a pensar y, sobre todo, a expresar sus pensamientos. Podemos tildar de heroínas a aquellas que, sorteando muchas dificultades, pudieron ejercerlo.
Entre ellas está la malagueña María Zambrano. Nacida en abril de 1904 en Vélez-Málaga, capital de La Axarquía, la luz y la poesía de esa tierra del sur prendieron en ella y quizás determinaron el sentido de sus reflexiones. Porque para ella, lo más profundo del ser humano aparece a través de lo que denomina la razón poética.
En 1921 se matricula en la Facultad de Filosofía de Madrid y, aunque su salud es precaria, acabará licenciándose en esta disciplina, algo insólito para una mujer y en España en esa época. Después trabaja en su tesis doctoral La salvación del individuo en Spinoza, que no concluye, y da clases en los institutos de Bachillerato Cervantes y Escuela.
En el año 1933, publica en la Revista de Occidente su primer ensayo, Por qué se escribe, inaugurando una serie de colaboraciones en periódicos y revistas. También se acerca al Partido Comunista, al que tantos intelectuales se han afiliado, y colabora con la Liga de Educación Social y con la Federación Universitaria Española.
Tras un reposo obligado por tuberculosis, se incorpora de nuevo a la vida política y participa en la lucha contra la dictadura de Primo de Rivera desde el compromiso republicano.
Tras la caída de la dictadura es nombrada auxiliar de metafísica de la Universidad de Madrid, donde sustituirá a Zubiri. En las elecciones municipales recorre pueblos y ciudades con la coalición republicano-socialista.
Por esa época descubre a Galdós, que en su opinión tiene las claves del carácter español, tan bien diseñado en sus novelas: un pueblo desordenado y anárquico, lleno de vericuetos y relaciones complicadas, cuyo exceso de realismo le hace difícil la abstracción y el pensamiento sistemático.
Los domingos por la tarde se reúnen muchos amigos en su casa de la Plaza del Conde de Barajas, entre ellos cuatro mujeres, vanguardistas y osadas para la época: Rosa Chacel, Maruja Mallo, María Teresa León y ella misma, que participan con voz propia en esas tertulias, tradicionalmente masculinas y excluyentes.
La guerra civil y el exilio marcan el resto de su vida. “El exilio fue mi patria”, escribió. México, Cuba, Puerto Rico, Suiza, París o Roma son destinos por los que María Zambrano va dejando su voz y su presencia, hasta que, restablecida la democracia, su país la invita a volver, y en 1984, el 20 de noviembre, vuelve tras 44 años de exilio. En el aeropuerto la espera Jaime Salinas y nadie más, por expreso deseo de ella.
Su pensamiento nace del impulso por armonizar metafísica y mística y sus mejores obras son fruto del exilio: El pensamiento vivo de Séneca (1944), Delirio y destino (1952), El hombre y lo divino (1955), El sueño creador (1965) y Claros del bosque (1975). Con anterioridad había publicado Filosofía y poesía (1939).
Discípula de Ortega, Zubiri y García Morente, de quienes recibió la tradición filosófica occidental, participó también de la filosofía existencial, fenomenológica y vitalista de su tiempo, aunque fueron sobre todo los griegos, Plotino y Spinoza los más cercanos a su forma de sentir la filosofía.
Para ella, la pasión sola ahuyenta la verdad, y la razón tampoco acierta a encontrarla sola, pero juntas pueden conseguirlo, y de esta idea surge su más valiosa contribución a la filosofía, la denominada “razón poética”, porque según ella sólo una visión poética puede captar la esencia de lo humano, dando respuesta a las preguntas que la filosofía plantea.
En otoño de 1989 se le concede el Premio Cervantes, la primera vez que lo recibe una mujer, cuyo discurso de recepción no puede escribir ni pronunciar.
Muere el 6 de febrero de 1991 y su último viaje es a su malagueña localidad natal, Vélez-Málaga, donde descansa entre un naranjo y un limonero.
Por Joaquín Paredes Solís