El relativismo es la doctrina que afirma que no existe una verdad única, absoluta e inmutable. La verdad, para los relativistas, depende del tiempo, del lugar y de la perspectiva en la que está situado el que la expresa. Con esta postura epistemológica y moral no se trata de negar la verdad, sino de situarla, más bien, en su correcto devenir y aceptar que los seres humanos, en nuestra búsqueda de explicaciones y de certezas, vamos descubriendo elementos nuevos que pueden alterar o modificar las ya existentes, cambiando, por tanto, nuestra cosmovisión y, probablemente, nuestra concepción del mundo, de la vida y de los valores y principios con los que modelamos nuestro devenir.
Si no fuera así, es posible que todavía estuviéramos admitiendo la teoría ptolemaica como la única y verdadera explicación del universo, por ejemplo. Esta verdad, que se mantuvo durante tantos siglos como una verdad inmutable, que situaba a los hombres y a su planeta en el centro del universo y les hacía protagonistas de la creación, fue sustituida por el heliocentrismo que, a su vez, fue también modificado con el tiempo por otras teorías más acordes con la observación del universo y con los cálculos que sobre éste se hacían con nuevos instrumentos, más eficaces y precisos.
También el creacionismo o fijismo pervivió como única e incuestionable verdad durante siglos hasta que la teoría evolucionista y sus defensores demostraron la falsedad de sus afirmaciones y postulados, lo que también contribuyo a turbar y transformar convicciones y creencias arraigadas sobre el hombre, sus orígenes y su naturaleza.
Todo ello contribuyó a considerar que el error formaba parte de la búsqueda de la verdad y que había que entender el conocimiento como algo dinámico, provisional y siempre condicionado a nuevos descubrimientos y observaciones.
El relativismo, como el escepticismo, son modos de entender el proceso del conocer que contribuyen a la evolución de éste, a que no se estanque en un círculo de verdades inmutables y absolutas que impidan el desarrollo y el avance del mismo. Con la sospecha y la duda permanentes alientan el inconformismo, la no aceptación sin más de lo que hay o de lo que se acepta por tradición o por comodidad y, con esta actitud, propician, además, la indagación constante y el análisis y el rigor en la misma.
Precisamente por ello, por su carácter crítico e inconformista, estas maneras de entender el conocimiento y la verdad han estado muy desprestigiadas a lo largo de la historia de la filosofía, alejadas de las explicaciones y sistemas más o menos oficiales de pensamiento, perseguidas incluso como sospechosas de herejía o de alterar y confundir el orden de las cosas y de introducir la incertidumbre, el desasosiego y la sospecha en la mente de los seres humanos, aunque en la actualidad gozan de buena salud y contribuyen a la construcción de nuevas teorías no sólo en el ámbito de la filosofía, sino de la antropología o la sociología, siendo quizás la posición intelectual más difundida en la cultura contemporánea.
Fue Protágoras de Abdera, al parecer, el primer pensador en Occidente en considerar el relativismo como la medida de la verdad con su afirmación de que “el hombre es la medida de todas las cosas: de las que son, en cuanto que son, y de las que no son, en cuanto que no son.”.
Entre los pensadores y tendencias filosóficas de finales del siglo XIX y del XX, se han clasificado como relativistas o subjetivistas a Friedrich Nietzche, John Dewey, Ludwig Wittgenstein, o Richard Rorty, así como a diferentes corrientes de pensamiento, como el existencialismo o el estructuralismo; también a nuevas concepciones de la filosofía de la ciencia y sus representantes más característicos: Thomas S. Kuhn, Imre Lakatos o Paul Feyerabend, aunque el gran movimiento relativista del siglo XX fue el denominado postmodernismo.
Por Joaquín Paredes Solís