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Asociación de Filósofos Extremeños

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¿Qué significa la palabra 'Matrimonio'?

Etimológicamente parece que la palabra matrimonio hace referencia al papel que la mujer-madre ha desempeñado en la generación y crianza de los hijos, así como a su tradicional papel en la alimentación y educación de la familia y, por tanto, a su función en la sociedad.

Matrimonio

Matrimonio

Mientras que el hombre salía al campo a cazar, a cultivar, a batirse en batallas ‘campales’ o a ‘campar’ a sus anchas, ella se quedaba en casa cuidando los niños, aseando el hogar y cocinando la caza o los productos del campo que su esposo traía. Pero no era raro que la caza durara semanas, que una fiera o un enemigo acabara con su esposo, o que cayera destripado en el campo de batalla. En este caso, la mujer se quedaba sola con todo, y aquí es donde el ‘matrimonio’ alcanza su auténtico significado. Veamos por qué.

De las palabras latinas ‘múnuseris’ (oficio, función, obligación, cargo) y ‘mátertris’ (madre) deriva precisamente el término ‘matrimonio’, que significa, en consecuencia, oficio o función propios de la madre. Quizás podría también relacionarse con el verbo ‘móneo’ (hacer pensar, aconsejar, recordar, exhortar) debido al papel de educadora moral que casi siempre ha correspondido a la madre.

Pero el término ‘madre’ tiene el mismo origen que ‘materia’ (aquello de lo que algo está hecho, o con que algo se hace). Nada tiene que ver con ‘espíritu’ (viento, soplo), sino que guarda más bien relación con el hecho de ser la que nutría, alimentaba y cuidaba al nuevo ser hasta que pudiera valerse por sí solo.

Según esto, el término ‘matrimoniono significa, originariamente, ‘unión entre un hombre y una mujer’, sino ‘función maternal’ (alimenticia, cuidadora, protectora, educadora). De ahí que, históricamente, la opinión popular sobre la generación de los seres humanos (fecundación) ha sido un misterio hasta hace relativamente poco tiempo. En ella solían intervenir poderes mágicos o sobrenaturales (dioses, espíritus, vientos, energías, animalitos, brisas). Por ejemplo, en la mitología pregriega las divinidades casi todas son femeninas y están relacionados con la fertilidad y la tierra como símbolo de la misma. Ya en la griega se prodiga Zeus en sus ‘visitas’ a mujeres bellas y sabias como Dánae, con la que engendra a  Perseo; o Maya, de la que nace Hermes; o Europa que engendra a Minos. En la tradición cristiana, el Espíritu Santo ‘visita’ a María. En pueblos actuales de la selva amazónica siguen las mujeres evitando o  exponiéndose a ciertas brisas de atardecer, según deseen o no la fecundación.

Pero, al margen de la mitología pura, o de las creencias religiosas, las teorías tradicionales sobre la aportación del varón y la mujer a la génesis de nuevos seres humanos han sido realmente muy curiosas. El mismo Aristóteles defendía la teoría del ‘anzrópion’, el ‘hombrecillo’ minúsculo que viaja nadando en líquido espermático  para instalarse y desarrollarse en el útero de la mujer. Tomás de Aquino, 1600 años después, dice lo mismo que Aristóteles, pero ahora en latín (‘homúnculus’).

¿De qué nos extrañamos? Si hasta bien entrado el siglo XX no se formuló la ley del ciclo menstrual femenino (Ogino-Knaus), cuyo uso, no pecaminoso, fue admitido, excepcionalmente, por el progresista Pablo VI (Humanae vitae) para los matrimonios católicos, en los años sesenta del siglo recién terminado.

Siendo así las cosas, y conociendo la ‘idiosincrasia’ de la Iglesia Católica, no  resulta extraño que siga defendiendo el papel ‘auxiliar’ de la mujer como ‘madre’, ‘hermana’, ‘monja’, ‘esposa’, ‘institutriz’, ‘enfermera’, ‘limpiadora’, ‘cocinera’. Pero ninguna vale para sacerdote. Porque Dios sabe perfectamente cuál es el papel de la mujer en la Creación y en sus planes cósmicos (inescrutables, por supuesto).  Seguro que en la otra vida podrá hacer en grado máximo lo mismo que aquí hacía, pero de un modo tan imperfecto.

Nada que objetar a que la iglesia se plantee su ‘vida’ interior como le parezca, que dedique su tiempo a discutir grandiosos problemas teológicos como la ‘naturaleza’ del infierno o las ‘características’ del lugar en que está ubicada la Asunta (dogma de la Asunción en cuerpo y alma al ‘cielo’). Pero no me parece aceptable, desde una mínima decencia intelectual, que una institución de esta clase se considere legitimada para entrar en ‘diálogo’ (?) sobre problemas reales, con ‘derecho’ a exigir la inclusión de ‘sus’ valores en la educación, y con la osadía de reclamar la práctica de la objeción de conciencia a los funcionarios del Estado contra las leyes democráticamente promulgadas. ¿Por qué es esto todavía posible?

Volviendo el concepto de matrimonio, es curioso comprobar, por otra parte, cómo la tradición ha concedido significados mucho más honorables a la palabra ‘patrimonio (oficio o  función del padre), tanto desde el punto de vista ‘lógico’ (racional) como ‘crematístico’ (económico). De este modo queda asegurada la ‘paternidad’ del varón (‘cabeza’ de familia, los demás eran ‘miembros’) sobre los diversos ‘patrimonios’, ya sean culturales, ya sean de posesiones, de contratos o de las relaciones en los intercambios comerciales.

Partiendo quizás (sin duda) de la ‘evidente’ predisposición del varón al discurso ‘racional’ y de la seriedad de su carácter para el contrato, no pudiéndose decir lo mismo de los otros ejemplares de la misma (supuestamente) especie. Y digo ‘supuestamente’ porque los herederos de los romanos, o sea los cristianos ‘ilustres’, dudaban ‘vehementemente’, en no sé qué concilio, de si las mujeres tenían  alma o no. Lo cual era, sin duda, un asunto muy grave, pero más para las mujeres que para los teólogos.

 

                                             Por  Juan Verde Asorey

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Sobre el autor

Desde la AFEx queremos que la actividad filosófica llegue no solamente a alumnos y profesores, sino también a la sociedad en general. La Filosofía es el instrumento intelectual que sirve para analizar y valorar los hechos humanos y las conductas. La Filosofía, como expresión crítica de la conciencia de su época, tiene que ejercer, sin dejar la ironía y el humor, la función del 'tábano' socrático para espabilar, despertar y espolear a la sociedad.


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