La característica fundamental del ser humano es hablar y pensar, pensar y hablar. El juego incesante entre pensamiento y palabra.
Una de las maneras de hablar de todo cuanto hay, puede haber o se puede imaginar (el Ser) se llama Metafísica.
Esta palabra tuvo un gran éxito casual (Andrónico de Rodas) para expresar lo que Aristóteles denominó Filosofía Primera.
El término Metafísica (‘más allá de la Física’) insinúa la conveniencia de situarse en el lugar adecuado y a la distancia precisa para poder percibir de la mejor manera posible aquello de lo que se quiere hablar.
Pero la ocurrencia ‘rodasiana’ iluminó también a ciertos interesados para situar sus lucubraciones en un ‘más allá’ absoluto (Dios).
En cambio, la Filosofía Primera indica por dónde debemos empezar, si queremos entendernos al hablar sobre lo que hay y sobre lo que nos pasa, una especie de tarea ‘protocolaria’ del conocimiento humano.
Casi todo saber necesita de una Filosofía Primera (Metafísica) propia que organice su lenguaje, mediante la precisión de conceptos, la estructuración de la teoría y la formulación del método de investigación. El concepto de sustancia, por ejemplo, es metafísico, en el sentido aristotélico. Pero también lo es el concepto de Dios. El primero sirve para organizar el discurso sobre la realidad que uno tiene delante. El segundo intenta justificar la lucha del hombre contra sus temores y a favor de la búsqueda de la felicidad (modo más aceptable de vivir).
El ‘pensador’ ve que una hoja de un árbol es algo tangible, pero su forma, su color, su peso, etc. son de otra clase. A lo ‘tangible’ (lo que se puede ‘tocar’) le llamó sustancia (sustantivo), a lo ‘otro’ (propiedad o cualidad de la sustancia) lo llamo accidente (adjetivo): hoja verde. El ‘pensador’ lamenta estar enfermo y se alegra de sentirse feliz. Él acaba de ‘ver’ cómo cayó una bola de granizo que le golpeó en la cabeza, y le duele. También vio ayer cómo un sol radiante le daba un calorcito muy agradable que le hacía disfrutar. Pero ‘cree’ que no puede hacer nada inmediato contra el infortunio del golpe ni para repetir el placer. Cree que eso depende de ‘aquello’ que está ‘más allá de lo tangible’, que actúa al margen de nuestra voluntad. Viene de lejos, y no sabe por qué ni por quién. Por eso, no se le ocurre ‘inventar’ el casco ni ‘encender’ el fuego. Comienza entonces la fábula. Es ahí donde empieza todo el discurso sobre las divinidades y las religiones. Y es aquí donde queda aprisionada la palabra Metafísica.
Por Juan Verde Asorey