OPINIÓN
Estar solo es una opción, como la de estar acompañados. Se puede disfrutar de la soledad, tanto como otros disfrutan de la compañía. Los solitarios son aquellos para los que no están hechas las bodas, ni las presentaciones de promociones en hoteles, ni las navidades. Pero las navidades llegan todo los años en estas fechas de forma inevitable, igual que llega el recital de Raphael. La Navidad es la fiesta más celebrada del cristianismo. Festeja, con derroches, el nacimiento de Jesús, un revolucionario que predicaba la austeridad. Las navidades son las fiestas del amor, que en algunas ocasiones se mide por la cantidad de regalos realizados.
Acudimos a muchos de los actos celebrados para no ser juzgado. Compartimos chistes, alcohol, parchís y dominó con amigos y parientes. El alcohol, que anima, también puede provocar el enfrentamiento por viejas rencillas, haciendo inútil el esfuerzo de haber activado todos los recursos de la empatía. Para algunos, la Navidad son esos días que quieren que pasen cuanto antes; para otros, una oportunidad de reconciliarse con el rival. Se tiene licencia para comer, beber, besar, llorar, abrazar, reír, recordar y amar. Una fiesta de contradicciones que no deja indiferente a nadie y de la que no se puede huir. La padecen y la disfrutan el solitario y el sociable, el religioso y el ateo, el rico y el pobre; todos unidos por un abrazo de amor eterno, que dura lo que dura un abrazo.