Por la mañana temprano, cuando todavía no ha empezado a clarear el día, los funcionarios que comienzan su jornada laboral a las 8 caminan como zombis aislados del mundo exterior por pinganillos radiofónicos. Andan con paso maquinal antes de despertar el cuerpo limpio de cafeína y que se ira regulando a lo largo de la jornada laboral con frecuentes visitas a las cafeterías próximas a la oficina. Los que todas las mañanas pisamos la misma acera, a la misma hora, nos conocemos aunque no nos saludemos, después de días de meses y de años sin hablarnos hemos compartido la intriga por un perro grande, desconozco la raza, que estaba atado, con una correa, a la barandilla de un estrecho balcón donde compartían un mismo espacio animal, comidas y excrementos. A todos nos inquieta la visión de la correa que se balancea sola y rota atada a la barandilla. ¿Qué habrá sido del perro?