Tanto a los que nos queda mucho por aprender, como los que sabemos que sabemos poco y los listos que lo saben todo seremos iguales el día 22. Vivas donde vivas, mujeres y hombres, jóvenes de botellón y ancianos de residencia, los que han estudiado y los que no, el que tiró la olla y el que se fue, los que trabajan y los parados, a los que le dejaron de gustar las piruletas y a los que nunca les gustaron, todos valemos un voto. Para que los indecisos se decidan, los candidatos se denuncian, hablan de lo malos que son los otros en lugar de contarnos lo que tienen ellos de bueno; suben sus fotos a las farolas; los vemos en la feria del libro, tomar vino de pitarra en tascas, comer de aperitivos callos con patata congeladas, total, una vez cada cuatro años no puede hacer mucho daño. Los vemos conducir motos, bailar el candil, guardar la chaqueta y vestir vaqueros para conquistar al que todavía no se ha dejado seducir. Delante de una urna y dentro de ella, cuando el fuego nos ha convertido en polvo, todos somos iguales, ‘los que vive por sus manos y los ricos’. El domingo, todos seremos iguales para que el 23 sigamos siendo diferentes.