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Diego Algaba Mansilla

MIGAS CANAS

LOS LUNES AL SOL

ES una tentación para los que nos gusta escribir hacerlo sobre lo que está pasando con ‘los indignados’ que se reúnen para no vivir como indigentes. Es difícil contar algo porque, a estas alturas, cuando escribo esto, después de interesarme por el tema y de leer varios periódicos, aún desconozco sus propuestas. Algunos quieren que de esto salga un partido político y otros desean todo lo contrario. Me gusta y nos gusta a todos que la generación mejor preparada acampe en la Puerta del Sol, de Madrid. Ya era hora de que gente en paro, a pesar de tener dos carreras y varios másteres, y entre la que los más afortunados trabajan como camareros los fines de semana, salgan a la calle para dejarse oír, para decir que están ahí. Ya era hora de que los jóvenes tengan sitio en una sociedad que no es capaz de salir del atolladero en el que nos han metido un sistema injusto de hipotecas de por vida y complejos sistemas bancarios y económicos. Cuando mejor debiéramos vivir, cuando más cosas tenemos para facilitarnos la vida peor lo estamos pasando.
Los de siempre quieren seguir haciéndonos creer que esto es la sociedad del bienestar. Para ellos, todavía vivimos en un pasado reciente de pueblo donde el bienestar consiste en tener la libertad de salir en verano a tomar el fresco sentados en una silla a la puerta de las casas, con un vaso de gazpacho fresco para contar chistes y chismes, mientras los que nos vendieron las casas, los que nos prestaron el dinero para poder comprarlas y los que lo consintieron viven a cuerpo de rey, o sea, igual que él, rodeado de la belleza y placeres que hay en su mundo y que los demás desconocemos.
Si alguien no quiere rendirse al poder o a sus braguetas lo toman por la fuerza: esto quiero, esto tomo. Con autoridad, que para algo presiden el manejo del dinero. Luego vendrán los atenuantes de adicción al sexo o al ‘vegasicilia’, igual que los pobres la tiene al cartón de vino y las piernas con varices de mujeres que se han pasado la vida luchado de pie por su dignidad. Todavía no sabemos que quieren esos jóvenes que acampan en las plazas entre carteles y mensajes de indignación. A nosotros, los que somos un poco más mayores, nos hacen jóvenes en un ejercicio de evocación de aquellos años de carreras delante de ‘los grises’, cuando todos éramos de izquierda y nos llamaban ‘rojos’. Recordamos al cojo manteca rompiendo a muletazos los astifinos cuernos de un sistema que todavía olía a la dictadura.
A nosotros, el 15M nos hace recordar el sabor de un pasado no muy lejano y que, desgraciadamente, hemos olvidado. Ellos están viviendo la ilusión de un porvenir que seguirá siendo incierto, hasta que dentro de unos años controlen el poder y caigan en lo mismo errores que han caído los que hace unos años corrían con largas melenas y abundantes barbas huyendo de los mamporros de unos policías, tan borreguiles que hasta el color gris de sus uniformes era triste. Los jóvenes ‘indignados’ están reunidos; ya han salido de casa, ya se han juntado, parece que también están unidos. La sociedad esta expectante. Todos estamos esperando, de la generación mejor preparada, respuestas y soluciones a un sistema económico y social que se agota en las injusticia de siempre. Hay más dinero, pero está en unas pocas manos que, además, no dispuestas a repartir, que manejan palabras extrañas para esconder los euros y que no entendemos los que, para nuestra desgracia económica, elegimos gozar con las letras y despreocuparnos de los números.
Luchad por la justicia más que por la prosperidad económica.

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