Yo también fui jefe en una ocasión. Cuando dejé de serlo, me quitaron mi despacho individual para sentarme en una sala con el resto de los trabajadores. No me mantuvieron el sueldo, ni la secretaría, ni la suculenta productividad, ni volví a recibir dietas ni me montaron un despacho individual para que asesorara a los nuevos directivos. Sin embargo, colaboré con mi sucesor ante todas las dudas que tenía en su nuevo cargo. Cuando dejé de ser futbolista dejaron de darme ropa deportiva, tuve que comprar pantalones cortos y zapatillas, supe que había tiendas de deportes, pagué las entradas en los estadios, me senté en las duras gradas del campo. A mí, que tantas tardes de gloria le había dado a aquel equipo, no me dieron ni un palco, ni un pequeño despacho para que me preguntasen los futbolistas más jóvenes los secretos del fútbol. Cuando me dejó mi novia no volví a coger más su coche ni su bici, ni volví a entrar en su casa con mi llave, ni me alquiló un pequeño despacho para asesorar a su nuevo novio sobre sus gustos. A ella no le di consejos, pero fue porque nunca más volvió a hablarme.