Hacía calor lo que ahora se llama ola de calor antes era verano. Teníamos vacaciones y toda la energía de los pocos años para derrochar con generosidad. Nos desahogamos nadando en el río y jugando al fútbol en la orilla del embarcadero. Podíamos compartir equipo con Tienza que era la figura del Badajoz y con Paco Alegre que lo sería años después. Atado a un árbol colgaba una radio donde se oían los 4O principales, desde entonces, la radio me acompaño en largas y calurosas noches de verano; oía a José María García como no dejaba títeres con cabeza, Carlos Pumares contaba, con un humor de perros, los secretos del cine y para dormir el loco de la colina susurraba silencios.
A la mañana siguiente volvíamos al embarcadero donde jóvenes y mayores, mujeres, hombres y niños pasábamos las horas de ocio en ese río que hoy es ignorado por los pacenses. El Guadiana corría fresco y limpio. De vez en cuando aparecían por allí los del baloncesto uno tíos altos y fuertes que guiados por Manolo Unión hacían unos ejercicios raros, desconocidos para nosotros. Llegaban con el glamour de jóvenes bien alimentados, iban de deportistas exclusivos, de guapos e inteligentes, de los que pensaban que el fútbol era la ordinariez que luego descubrimos que era. El baloncesto era de universitarios, el fútbol de obreros, hablaban de canastas, de bloqueos, de pivot y de cosas desconocidas para nuestro vocabulario de goles, corner, faltas y me cago en…Igual que venían se iban, sin mirarnos, corriendo por la orilla con un trote patoso y torpe de elefantes felices para perderse entre su mundo de apuntes universitarios y canchas de baloncestos.
Por la tarde el río adquiría esa tonalidad amarilla y melancólica que tanto gusta a los enamorados y a los que estábamos deseando hacerlo y que aun no habíamos descubierto los dulces sabores del amor cuando todavía pensábamos que era dulce. Desconocíamos que nuestros sentimientos eran sensaciones más relacionadas con la carne que con el espíritu. Tardes largas de ensoñación como una Santa Teresa a punto de levitar soñando con esa muchacha de falda corta que esperábamos como si en cualquier momento pudiera salir de las tibias agua de agosto como una sirena sin cola;pero el río solamente guardaba en su interior manjares para pescadores que colocaban sus cebos de lombrices con mejores resultados que los nuestros de lánguidos cuerpos embadurnados con el dulzor de la colonia Brumel, que era un escalón más elevado que la Varón Dandy y uno inferior al pachuli que llegaría después, pero eso es otra historia.