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Diego Algaba Mansilla

MIGAS CANAS

BASI, EL GITANO QUE PUDO SER FUTBOLISTA

Cuando escribo esta Plaza Alta todavía es Navidad. Estoy de vacaciones, me pongo a escribir acompañado por el dulce bullicio de hermanos y sobrinos. Me fastidia ser feliz a plazo fijo pero no puedo evitar ese tono amielado de la fecha. Escribo desde el corazón dulce del turrón de Castuera y el mazapán de la Cubana.
Entre el murmullo de niños y adultos van surgiendo palabras sin ideas para formar un artículo que todavía no sé de qué tratará.
Estoy de vacaciones. Tengo tiempo para pensar y pasear. La vida social de la ciudad transcurre en los bares; entre vinos y tapas de jamón, entre langostinos y gin tonic.

Me gustaría escribir sobre muchas de las personas con las que me he encontrado en la calle y en las tabernas a las que he abrazado y me han abrazado deseándonos suerte, la vamos a necesitar. Pero, desde hace tiempo, llevo pensando en escribir sobre él: una persona desconocida, que quizás, en el edulcoramiento de estas fechas, recuerde más lo duro de su anónima existencia.

Me cuenta cosas, aunque sé, que son más interesantes las que calla. Basilio es un gitano que jugaba al fútbol en el Badajoz cuando yo lo hacía en el Flecha Negra, no me acuerdo mucho de él. Si de algunos de sus compañeros: Job,Fermín, Espinosa, Francis…
Juan, dueño de la frutería donde echa el rato los domingos, confirma que era muy bueno con el balón y que el Atlético de Madrid se intereso por él, pero dice que su mala cabeza lo llevó por caminos alejados del deporte. “Ya no tengo vicios, me busco la vida vendiendo ropita” “Padre,. cómprame una camiseta por seis euros”.

Basilio: simpático, parlanchin y orgulloso de ser gitano, que no sabe cantar ni bailar se arranca,de vez en cuando, por los Chichos. Recuerda, con nostalgia, cuando vivía en las Cuesta de Orinaza, donde se sentía libre rodeado de campo. Por la noche salían a las puerta de casa para hacer candela con palés viejos que le daban en el polígono del Nevero. Asaban pectorejo y panceta, bebían vino, cantaban por Porrina y los Chunguitos.

Ya no vive en las Cuesta, ahora vive en el Gurugú con su madre. El Gurugú no le gusta, no se respira esa libertad que existía en lo alto del cerro de las Cuestas. Le ahoga la falta de aire, de campo, de fuego; la libertad de respirar aire fresco oyendo el canto del gallo y el chu chu de un puchero con papas y bacalao en un paisaje de caballos comiendo hierba antes llevarlos a las ferias de “ganao”.

Todo iba bien Hasta que llegó el suculento negocio de los polvos blancos; eso que arruinaron vidas para enriquecimiento a unos cuantos.


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