Salgo de casa. me siento raro. No tengo ganas de hablar, ni de saludar, ni encontrarme con gente conocida. Quizás sea porque hace poco que acabo la bulliciosa Navidad y todavía tengo ocupado mi capacidad de ruidos con el estruendo de petardos o porque cuando salí a la ultima persona que vi en televisión fue a Cospedal, no se de que estaba hablando, le quito la voz, no solo porque me caiga mal, sino en una búsqueda del silencio que no tuve en la última semana por culpa de esa moda de cambiar el entrañable soniquete de pandereta y zambombas por el la estruendosa pirotecnia.
Es lunes. Son las 22 h. La niebla borra la altura de los pisos. La calle esta casi vacía, solo veo, con ropa de estar en casa, a los que bajan a tirar la basura. Algunos llevan bolsas del super, otros las de cierre con asas y hoy también he visto a una mujer que llevaba la basura en un cubo que vertió directamente en el contenedor.
En la calle huele raro, como a humedad. me meto en el bar del chino donde además de los clientes habituales veo a personas nuevas, quizás venidas de otros barrios que seguramente busquen en la discreción nipona el anonimato para beber sin freno o echar monedad a la máquina sin miradas molestas.
Una señora de unos cincuenta años, con un bolso blanco desteñido colgado en bandolera y una rebeca azul caladita de mercadillo, no deja de echar euros como si aquella ranura fuera el agujero de su felicidad aunque sea el agujero negro de su existencia. La señora mira de vez en cuando el reloj como si tuviera que estar en otro lugar pero sigue atada a la máquina que la hipnotiza con la potencia de su voz metálica para que deje su dinero, su tiempo y su vida.
Un señor silencioso: flaco, calvo, con una larga melena que intenta tapar las partes de la cabeza donde no hay pelo con un laberíntico peinado, se sienta en una banqueta sin dejar de mirar la televisión con un vaso de tubo entre las manos lleno de whiski barato.
La comodidad,la proximidad, la resistencia al cambio y el cariño a la familia china es lo que me hace ir a este bar.
Mau cocina mondogas, mollejas, hígados y tortillas de patatas como si las hubiera hecho toda la vida. Los ojos rasgados de los chinos son los que tienen una visión mas amplia para los negocios y sabe que el secreto de un bar son los aperitivos.
Vuelvo a casa. Deje puesta la televisión y me recibe Ramoncin. Hoy van a sacar a todos los que me caen mal, así que me siento para escribir esta Plaza Alta desde la resignación. Ya vendrán días mejores.