Muchos artículos de Plazas Alta los he encabezado con la frase “salgo de casa” así he escrito : sobre el bar del chino;Juan, el frutero; Carlos y Mercedes, propietarios de ultramarino Ortiz; del gitano;de la ferretería; del Viti, el más singular de los tendero que conozco y hasta del kiosco donde compro el HOY.
He cambiado de piso y un paisaje desconocido se despliega ante mis ojos con la visión lánguida de la nostalgia y la chispeante del futuro. Desde aquí volveré a salir de casa para entrar en el bar Marwan, el Anemois,el Entrecinas, la Sucursal que ahora es un italiano, en la calle de atrás esta la Cosa Nostra, buen nombre para los tiempos que corren. Junto a la nueva casa me llama la atención un establecimientos de auto-lavados de perros que no se si dará para un articulo,a no ser que los perros se laven solos; quizás, por eso, en el paseo, corren, ladran y mean a sus anchas. También hay una peluquería unisex, un supermercado donde un educado matrimonio despacha todos los días de la semana. Siempre me han gustado las tiendas de barrio en las que un tendero utiliza papel de estraza, lápiz en la oreja y buen humor. Al final de la avenida hay una Iglesia que antes estaba en una cochera y un Centro de Salud que todavía es rojo ahora que quieren pintar todos con el color azul Capio.
Escribo desde una casa nueva que aun no es un hogar. Salgo a disfrutar de los amaneceres a un balcón que todavía no siento como propio. Estoy inseguro, temeroso, me asomo con el cuerpo hacia atrás antes de superar el vértigo que solo el tiempo cura. Tengo vecinos nuevos a los que no conozco. Ya no coincidiere en el ascensor con Juanjo, ni Laura, ni Maria Angeles, ni con sus hijos cuando vienen del judo.
Hace poco que se fueron los trabajadores de mudanzas el Melli. He encontrado el ordenador entre bolsas y cajas en la habitación donde las almacenaron y que parece la de un activo Diogenes.
Los del Melli trabajan con rapidez. Un enjuto muchacho igual carga un armario que lo desarma con la habilidad de los que están acostumbrados a trabajar bajo la presión del despido. -Yo no sería capaz de hacer eso ni en un día, le digo. Y contesta. -Maestro, cada uno en lo suyo. Me pregunto si yo, en lo mio, tengo la misma destreza que él con un destornillador en la mano. Pongo los cojines a mi sillón, el portátil encima de las piernas y me pongo a escribir para sentirme menos extraño en la casa nueva.