Salgo de casa. Empiezo a andar. Subo por la Avenidad Sinforiano Madroñero, paso por muchos bares, no entro en ninguno. Paso por el enorme edificio de la Confederación Hidrográfica del Guadiana,lo dejo a un lado. Llego hasta el Puente Real para encontrarme con lo sublime, con la mayor obra de arte, una estampa diferente cada tarde, siempre espectacular, El sol se despide dejando su llama de color ocre sobre el agua como un cuadro gigantes y vivo, todo un espectáculo visual que afecta el ánimo. El atardecer del río desasosiega a deprimidos y fascina a los felices,
Quieto. Me quedo quieto. Respiro fuerte y me despido del sol hasta mañana mientras él se despide del agua que se queda arrugada y fría, mientras tanto, el río, sigue caminado, esperando un nuevo día para acoger a los piragüistas que arañen sus aguas dejando un surco de esfuerzo y sudor; a los pescadores que las entretengan con sus engaños de moscas e insectos de plástico.
Desde el puente observo,donde antes ponían la feria de San Juan, el mercadillo del martes, camisetas a 6 euros y libros a uno porque, en muchas ocasiones, el precio de las cosas no corresponden a su valor, veo a los de Masa Crítica que se reúnen para salir en bicicleta por la ciudad y reivindicar lo que no tenía que ser necesario reivindicar en una ciudad llana y con sol. A los lejos se oyen como tambores de guerra que ensayan el “eo eo Badajoz Badajoz” este año al soniquete de más samba y menos trabajar. Que se pare el mundo,que cierre todo que llegan arrasando las máscaras de colores.. Y de pronto, miro para atrás y ahí esta, no es la puerta de Alcala sino el edificio gigante de Caja Badajoz que vigila a la ciudad desde su fortaleza de poder y dinero soy el más grande el más fuerte el más más más.. pero como siempre, se me van los ojos a lo pequeño, a esos candados con las iniciales de Pedro y María que cuelga de las barandillas del puente cerrados para siempre con una llave que descansan en el fondo del agua.
Nace en las Lagunas de Ruideras y desemboca en Ayamonte cantaba en la escuela mientras el maestro lo señalaba con la regla de los palmetazos en un mapa de España sin nombres ni autonomias Yo, junto con otros cuarenta niños, Recitaba aquel soniquete cuando el río era un desconocido para mi, cuando todavía no me había bañado nunca en sus aguas ni había alquilado ninguna barca para pasear media hora con mi primera novia por 10 pesetas, esa novia que iba a ser para toda la vida y solo duro un verano.
“Nuestras vidas son los ríos que van a dar a la mar”