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Diego Algaba Mansilla

MIGAS CANAS

SANIDAD PÚBLICA

Me derivó el médico de cabecera a urgencia hospitalaria por lo que parecía una Neumonía. Me vuelvo ñoño y cobarde cada vez que veo la retorcida cruz verde del SES y el celador dice mi nombre en voz alta para pasar a la consulta.

El primer sanitario que me atendió fue un enfermero en la sala de triaje; un tío simpático, campechano, amable, si supiese su nombre lo escribiría aquí. Me dijó que me conocía de leerme en el periódico. Me gusta que me reconozcan por los artículos pero en esas circunstancias ni sus halagos sirvieron para atenuar mi nerviosismo. Ese día había disfrutado de la calle, de las tonalidades del amanecer y más tarde me encontré atrapado en una minúscula consulta con una camilla, una botella de oxígeno y aparatajes que parecían más de un cuarto de tortura que de un lugar para sanar.

Empezó el proceso: Radiografía, analísis y espera de diagnóstico en la sala que llaman de los sillones. Cada sillón tienen un número. Dejas de ser Diego para ser el tres. Junto al sillón hay tornillos que sobresalen para conectar oxígeno, goteros y toda esa parafernalia de aparatos del pánico. Menos mal que no me dieron el pijama verde abierto por atrás porque ese es el momento en el que uno entrega su orgullo a todas los que van vestidos de blanco y llevan un fonendo colgado del cuello. En analíticas y radiografías puede salir cualquier cosas y solo necesitas suerte para que en el bombo no toque la bola mala. No puedo dejar de pensar en negativo durante la larga y oscura espera de un diagnóstico. Para estar enfermo lo único que se necesita es estar sano.

En la sala de los sillones había una chica con aspecto remilgado retorciéndose de dolor por un cólico nefrítico conteniendo las arcadas ante la imagen del paciente de brazos burdamente tatuados y que tenía a pocos metros escupiendo en el suelo.

Una señora que estaba acompañando a su madre me dijo “si tienes neumonía, los cinco días de ingresos no hay quien te les quite”. No sabe esa señora el daño que le hizo en mi ánimo con aquel alarde de sabiduría médica.

Sobre las tres de la tarde el facultativo que me atendió, tampoco sé su nombre si no también lo escribiría, me diagnosticó de neumonía. Que sería de la sanidad pública sin sus trabajadores, profesionales que están manteniendo los que algunos han intentan canalizar hacia lo privado

 

 

 


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