Bajamos las escaleras como todos los días. No quiere ir en el ascensor. Tampoco le gusta que la lleve en coche, prefiere ir andando. Salimos a la calle,me da la mano.El paseo Condes de Barcelona ha adquirido esa tonalidad amarilla del otoño. Han empezado a caer las primeras hojas de los castaños de indias. Un manto amarillo intensifica, en toda la avenida la sensación de alfombra mullida. En la tienda de perros está sentada la chica de todos los días que nos saludaba con una sonrisa. Me dice “¡mira!” señalando un cartel de Dora la Exploradora que anuncia un espectáculo ya pasado. ¿A que soy mayor? me pregunta extendiendo los brazos hacia el cielo. todavía no ha descubierto la estafa del paso del tiempo. Con ella cada día es igual aunque sea nuevo, aunque crezca sin darme cuenta, aunque me sorprenda con una reflexión que considero impropia de su edad. Atravesamos la avenida, seguimos por el parque de la vaca. Todas las mañanas pasamos por los mismo sitios. Se agacha y coge del suelo dos piedras. Me da una “toma, un regalito para ti y esta para mamá” y se la guarda con mimo en el bolsillo del baby. Seguimos andando por la calle Rota a esa hora en la que la acera se convierte en un río de padres con niños. Los padres retomamos una infancia lejana como si fuéramos nosotros los escolares. Los hijos nos devuelven a un tiempo pasado. Volvemos a coger lápices de colores dándole brillo y sentido a nuestras vidas. Llegamos a la escuela. La dejó con Inmaculada, su maestra. Tardamos 15 minutos. los 15 minutos de todos los días en los que me trasformo en otra persona y olvido: Siria,Francia, Vara, Monago,Rajoy, PSOE Iglesias,Ciudadanos, las elecciones…15 minutos en el que estoy ausente de este mundo imperfecto que a lo mejor debería estar gobernado por la generosidad de los niños.