Mañanas portuguesas con sabor a cilantro, a garbanzos con presta, a guarnición de arroz cocido y patatas con piel.
Domingos portugueses de lentitud donde una hora menos parece un siglo menos.
Portugal de fachadas azules, de ventanas cerradas. de puertas abiertas,de amabilidad permanente,de hablar sereno, de gorras con viseras y mercadillos con pescado. Un país donde la altanería desciende a ras del suelo.
Un alentejo sin raya donde los pacenses nunca se sienten forasteros,
Pueblos silenciosos donde el reloj de la Iglesia se paró para siempre en las 10,50. No sé el motivo. No indagaré en acontecimientos pasados, ni leeré su historia. No escribiré las cientos de metáforas que me vienen a la cabeza de amores contrariados, de vida detenida, de episodios luctuosos. Las cosas son más sencillas, estamos en Portugal. Probablemente un día dejó de funcionar el reloj de la iglesia y nunca nadie se ocupó en arreglarlo en un pueblo donde desconocen las prisas y la gente se guía por la luna y el sol.