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Diego Algaba Mansilla

MIGAS CANAS

COSAS DE POCA IMPORTANCIA

Siempre tenía la ventana abierta.

Sentada en una mesa camilla y arropada con una manta buscaba la luz del sol para mover lentamente una aguja de ganchillo con la atención que le exigía un leve temblor de manos. Cuando pasaba andando por la acera me sonreía con esa mirada dulce de los que han vivido mucho y han perdonado todo.

Me dijeron que tenía 90 años y que vivía sola. Alguna vez quise pararme, interesarme por ella, pero yo siempre iba con prisas, cuantas cosas me estoy perdiendo por las prisas.

Ella me regalaba una sonrisa que eran los mejores buenos días de la mañana. No me conocía de nada, pero siempre me obsequiaba con un gesto amable que salía con naturalidad de su cara bondadosa y que taladraba mi alma.

Desde hace algún tiempo no la veo detrás de la ventana. Ventana que ahora esta cerrada y cubierta por el visillo de hilo que confeccionaba.

Hace unos días vi en su casa un cartel de una inmobiliaria  con el rótulo de: “se vende”.

Me lo confirmaron.

Sus dos hijos, que viven en el extranjero, pusieron en venta la casa.

Ella ya no estaba y yo había perdido para siempre su sonrisa, su voz que no conocí, su historia, sus secretos. Nunca me paré frente a su ventana, siempre pasaba a ese el ritmo frenético que las necesidades creadas marcan.

Ya no volveré a ver nunca más su pelo blanco anudado con un moño, ni su cara rugosa, ni sus pendientes negros, ni sus ojos claros y puros como chorros de agua.

Compré flores para llevarlas al cementerio, entonces me di cuenta que ni siquiera sabía su nombre, ni donde estaba.


noviembre 2016
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