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Diego Algaba Mansilla

MIGAS CANAS

INSOMNIO

Escribo a deshora, cuando está a punto de salir el sol y quedan atrás las rutas de la noche: calles sórdidas, portales vacíos desde donde salen voces de fracasos. Cajeros iluminados con el brillo del dinero y el áspero cartón que arropa a vagabundos durmiendo el anestésico vino para cocinar. Ligueros negros a los que se les cayó la navaja, medias rotas, rímel corrido por el agua amarga de una lágrima.

Comienza un nuevo día y mis dedos tambaleantes, torpes, sin ninguna destreza, buscan en el teclado descubrir lo no encontrado en la confusa noche. La satisfacción de la palabra exacta, esa que algunas veces es capaz de sustituir al amor.

Busco un dardo salvador para que acierte en la diana haciendo encoger el corazón con la expresión perfecta.

La ciudad despierta mezclando los olores del primer café con el del último whisky. Los semáforos permanecen vivos. Cambian de color como yo de adjetivo, de frase, de idea.

Me pierdo entre una nebulosa de incertidumbres. Amanece y entro en las sombras del vacío deambulando en un universo de dudas. Escribo siempre lo mismo con distintos sonidos, como un laberinto infinito cuya salida es la nada.

Cargo con el peso de una inseguridad que lleva al vacío del folio en blanco.

Dame un final honorable, invisible musa, cuando todavía no es de día ni de noche y no estoy seguro si empiezo o termino, ahora que me quito el disfraz nocturno del sueño literario para ponerme el traje gris de funcionario.

 

 


noviembre 2016
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