Me encuentro con un día de vacaciones. Aprovecho para hacer unas gestiones en Aqualia. Camino despacio por calles silenciosas después del bullicio de la navidad: puertas grandes, zaguanes con macetas, casas de una planta, balcones con flores, fachada de colores, bares, tiendas. Camino contemplando la belleza del casco antiguo. Bonito para ver, difícil para vivir. Llego a Aqualia. Hay una cola importante, todos están callados mientras esperan su turno, no se oye un solo murmullo, una sola protesta. Yo vengo de otro ambiente más bullicioso. Es acogedora la silenciosa sala de espera de la oficina del agua frente al ruido de los centros sanitarios. Queda lejos aquellos años en los que las cosas médicas eran más respetadas.
Subo a la Plaza Alta. Compro un libro en la churrería de Moreno Zacudo por un euro. Regreso despacio. Hago fotos. En la calle del Obispo entro en la exposición de la sala Vaquero Poblador, no me llama la atención. Entro en la librería de la Diputación, compro un CD de la Kaita y el libro de Tomas Martín Tamayo, me lo dan en una bolsita blanca, coqueta, con asas de cuerda, meto también el comprado en la churrería: Francisco Umbral, Las ninfas, lo tengo, lo he leído, pero lo habré perdido en una de las mudanzas, es una de las desventajas que tiene vivir de alquiler.
Me gusta tener los libros leídos, tarde o temprano vuelvo a ellos. Desde hace años elijo a cuentagotas los nuevos. Me estoy perdiendo a “zafones”, catedrales y santo grial. Dedico mi tiempo a libros conocidos que me hacen sentir, pensar, reír, llorar… esos que sé que no me van a defraudar. El de Martín Tamayo, a pesar de ser nuevo, hay que leerlo. Hasta ahora solo llevo cien páginas pero me ha enganchado El secreto del agua: el maestro Antonio Godoy, su mujer Cristina, a su hijo Blas, al pueblo de Pajar de los Encinares y el cortijo de los Ojeda.
Siempre tengo dos libros encima de la mesa uno en prosa y otro en verso. Al de Tamayo, le acompaña Valente aunque El secreto del agua también es poesía. Ese pueblo de los Encinares ya siempre formará parte de mi como Macondo o Comala.